Como cada miércoles estaba conduciendo a casa de mi madre para desayunar con ella. Era una escritora de éxito con varios best sellers a sus espaldas y esa era solo una de las razones por las que tan orgullosa me sentía de ella. Había hecho la parada de rigor para comprar unos churros y nos los comeríamos con un poco de chocolate caliente que ella siempre preparaba en estas mañanas tan especiales. Aunque lo que yo no sabía es que esta sí que iba a ser una mañana inolvidable, y no precisamente para bien.
Ni siquiera me molesté en llamar al timbre. Saqué las llaves del bolso y entré directamente en la cocina. Dejé la bolsa con nuestro desayuno sobre la mesa y me dirigí hacia su despacho donde seguro estaría trabajando. Cuando entré y a diferencia de días anteriores, pareció haber visto a un fantasma.
- ¿Quién eres tú?, chilló.
Quise pensar que me estaba gastando una broma pero la expresión de su cara me decía que no era así.
- Mamá, soy yo, tu hija.
- Tú no eres mi hija. Fuera de aquí o llamo a la policía, gritó mientras cogía el móvil.
- Venga mami, ya está bien la broma. ¿Estás dándome alguna pista sobre la trama de tu nuevo libro?
En un par de días tenía la presentación de su nueva obra y nunca me dejaba leer lo que había escrito hasta que no estaba publicado.
- Alex, por favor, ven corriendo. Alguien ha entrado en mi casa y se está haciendo pasar por mi hija.
Estaba llamando a su agente literario y yo estaba segura de que estaría en su casa en cuestión de minutos. Siempre estaba pendiente de ella. De hecho, yo en más de una ocasión había pensado que estaba enamorado de mi madre pero cuando se lo decía a ella, lo único que hacía era reírse.
Muy asustada y temblando, decidí salir de la casa de mamá y bajar al portal a esperarle. En apenas 5 minutos apareció. Cuando le conté lo que había pasado, también se preocupó muchísimo e inmediatamente subió a ver cómo estaba. Yo decidí quedarme abajo.
A los quince minutos volvió a aparecer y me dijo que aparte del susto que tenía en el cuerpo, no había notado nada extraño en ella. Que estaba como siempre. Yo no podía dar crédito a lo que estaba pasando, así que decidí que iba a llamar a su doctora en ese mismo instante, algo que lógicamente le pareció muy bien.
Llamada telefónica. Visita en la consulta para hablar del tema. Presentación del libro de mi madre. Vuelta a la consulta esta vez con ella y con Alex y todavía sin reconocerme como su hija. Pruebas. Más pruebas. Resultados.
Mal de Capgras. Una enfermedad que parece estar relacionada con la reducción de la actividad de las neuronas cerebrales encargadas de procesar la relación existente entre el reconocimiento facial y la respuesta emocional.
Por eso mi madre pensaba que yo era una extraña que había reemplazado a su hija. Por eso reconocía a Alex. Por eso ahora debía empezar un tratamiento para intentar paliar los síntomas que esta enfermedad le estaba provocando. Por eso los antipsicóticos se iban a convertir en sus inseparables compañeros durante el resto de su vida para intentar combatir la creencia de que yo no era su hija, solamente un doble. Por eso, yo estaba aterrorizada. Pero siempre iba a estar a su lado, aunque nunca me volviera a reconocer.