Subí a la montaña para evadirme de los últimos días.
Para desconectar del trabajo y sobre todo de mis compañeros, malditos incompetentes que no saben hacer nada sin mi ayuda.
Los primeros pasos fueron acompañados de este pensamiento, de mi compañera Lucía y su necesidad de preguntar continuamente si está bien hecho su trabajo, maldita sea, podría tener más confianza y dejarme tranquilo.
También me vino a la mente Diego, en serio pasó algún proceso de selección ese hombre?
De acuerdo es el primero en ofrecerse para ayudar pero es que no da pie con bola, auténtico patoso…
Por estos motivos tenía claro que trabajaría mucho mejor si lo hiciera solo.
Por el camino me saludaron dos excursionistas a los que devolví el saludo con desgana, era obvio que les apetecía charlar, pero no fui a la montaña para eso, al contrario lo que más deseaba era no tener contacto alguno con nadie.
De esta guisa hice mi excursión.
Al llegar al aparcamiento me llevé una ingrata sorpresa, había perdido la llave del coche, fruto de la rabia comencé a maldecir y golpear las ramas que había a mi alrededor hasta que los excursionistas que me encontré en la subida preguntaron el motivo de mi desesperación.
Al explicarles mi problema no dudaron en ayudarme a buscar, no tuvieron en cuenta mi antipatía al cruzarme con ellos anteriormente, no escatimaron en esfuerzos pero después de subir algunos metros supimos que podía ser un sobre esfuerzo inútil por eso uno de ellos se ofreció a acompañarme con su coche hasta mi casa donde tenía una segunda llave del vehículo.
No solo recuperé mi coche, también recuperé la confianza en el trabajo en equipo.
No solo se quedó una llave en la montaña, también lo hizo parte de ese ego que me convirtió durante un tiempo en alguien que no me gusta ser.
Pero es un buen relato.
Soledad en pequeñas dosis;
Siempre hay personas dispuestas.
Saludos Insurgentes.