«LA LUZ»

Cada tarde entraba la luz en su sala, a la misma hora, por la misma puerta, con la misma cadencia. Daba igual que estuviera el día lluvioso, no había excepción. Ella siempre aparecía. Nada más entrar en la sala, ella le buscaba con sus ojos agua marina y una conexión desconocida para todos se iniciaba en la sala. Y eso para él era la calma y su vida podía seguir adelante.Desde que ella fue contratada como guía de la sala que él custodiaba en el museo, su existencia tenía sentido, su trabajo insulso era llevadero. Ver la luz atravesar la sala, oír su voz cantarina explicar los colores de los cuadros, la vida del pintor, el sentimiento que expresaba en cada cuadro… todo merecía la pena. Llevaba dos años trabajando para la seguridad del museo, cobrando una miseria, haciendo un trabajo mortalmente aburrido. Lo único que había conseguido después de su lesión de rodilla. No tenía estudios, lo había apostado todo al atletismo y esa fue su recompensa de mierda. Con veinticinco años, un trabajo de abuelo. Pero esa luz, hacía que mereciese la pena.Nunca había hablado con ella, pero su turno finalizaba a las 20:00 horas, así que pidió el día libre para poder estar a la salida del museo. Por fin se había decidido, se acabó infravalorarse por lo que no era. Era el momento de arriesgar. Ella apareció enmarcada en la puerta de salida y sus ojos se encontraron. Comenzó a andar hacía él con una sonrisa que iluminaba la noche, hasta que un nombre atravesó el aire. Ella se paró en seco, se giró despacio hacía la voz y recibió un beso en los labios un tanto rígida. El hombre la tomó por la cintura, ambos se alejaron del museo y la luz desapareció.