El aplauso es más efusivo de lo esperado. Respiro hondo mientras camino triunfante hacia el escenario, donde me espera el ansiado galardón que hasta hace poco parecía inalcanzable. Aunque la placa pesa, la acuno con mimo entre mis brazos mientras poso para las fotos.
A la salida, los flashes de las cámaras me ciegan. Tan hipnótico resulta su brillo que, sin quererlo, me encuentro rodeado por demasiados micrófonos hambrientos.
—¡Señor Ripple! ¿Qué se siente al ser el escritor más leído del mundo?
—¿Qué hace de su obra un best seller?
—¿Esperaba que su primera novela tuviera tantísimo éxito?
Sus preguntas no son nuevas. Mis respuestas, tampoco:
—¡Gracias! —respondí orgulloso—. A mi parecer, lo que distingue a mi novela es, desgraciadamente, su realismo. Mi mayor ambición es plasmar la situación de muchas mujeres que, por culpa de su estatus social, no reciben la atención y la ayuda que deberíamos brindarles.
Tras unos minutos más de cháchara, me despido y subo al coche que nos llevará a mi mánager y a mí al restaurante donde hemos reservado mesa.
—¡Felicidades, Jack! ¡Esto cuadruplicará las ventas! —exclama en cuanto me ve.
—No lo habría conseguido sin ti, Richard. Fuiste el primero en apostar por mi novela.
—¡Era imposible dejar de leerla! El nivel de detalle es macabramente adictivo. —Toma mis manos entre las suyas y comienza a hacer pucheros—. Dime que ya estás trabajando en la secuela.
—Tengo ya planeado el argumento —respondo sonriente.
—¡Alabado sea! —El grito de Richard sobresalta hasta al chófer—. ¿Vas a desvelar lo de las manos? ¡Medio internet sigue revolucionado! ¡Hay decenas de foros dedicados al tema!
—Aquella entrevista caló más de lo esperado. —Jugueteo con la cadena de mi cuello mientras recuerdo mi momento más polémico en televisión—. Eso le dio un buen empujoncito a las ventas, ¿no crees?
—«Por ahora, me guardo el paradero de las manos izquierdas, pero les aseguro que si miran más allá, queridos lectores, ustedes mismos podrán averiguarlo». —Esta vez su imitación es bastante aceptable. Al terminar, sonríe travieso—. Fue algo así de pretencioso.
—Actúas de pena, Richard.
—El que debe meterse en el papel eres tú, Jack Ripple. ¡Tendrás que darle un cierre digno si no quieres que nos coman los haters!
Noto su nerviosismo y me dispongo a calmarlo:
—Tranquilo. Solo me falta pulir los detalles.
Vuelvo a casa algo ebrio, pero Richard se encarga amablemente de dejarme en la puerta.
Tras despedirnos, me quito la ropa y la dejo tirada por el suelo. Me pongo unos pantalones de chándal y me dirijo hacia la cama para dormir la mona, pero al entrar en el dormitorio veo mi portátil y se me ocurre una idea mejor. De todas formas, mañana tengo el día libre.
Abro el explorador y me meto en uno de esos célebres foros que Richard ha mencionado. Está repleto de teorías de fans que claman saber qué pasó con las manos de las víctimas.
Hago clic en los primeros resultados y comienzo a cotillear las impresiones de mis lectores. Cada contribución me parece más loca que la anterior:
«Fue el policía. Es imposible que nunca encuentre nada».
«¡Pero si siempre va acompañado! ¿Se las guarda en el bolsillo? ¿O qué?».
«Igual son varios asesinos».
«Fueron las propias prostitutas, antes de que las mataran. Es un ritual».
«¡Pero si se les cortaron post mortem!».
Me divierto leyendo varias discusiones hasta que comienzo a bostezar cada vez con mayor frecuencia. Casi me decido por irme a dormir cuando encuentro lo siguiente:
«El asesino debe de ser muy religioso. El ritual siempre es: asesinar prostitutas, cortarles la mano izquierda, llevársela y dejar el resto del cadáver. Les amputa siempre la mano izquierda para expiarlas de sus pecados, porque es la siniestra. Después, igual las quema».
Sonreí con entusiasmo. Había hecho pleno salvo por una cosa: yo no he quemado ninguna de esas manos.
Con la emoción, vuelvo a sentir el escozor de la soga con la que mis padres ataban mi mano izquierda a mi espalda para obligarme a usar la derecha. Lo hacían por mi bien, porque la zurda solo sirve a malos propósitos. Cuando crecí, me di cuenta: a mí me habían enseñado a identificar el pecado, pero otros no tienen esa suerte.
En particular, la situación de las prostitutas jóvenes, tan invisibles y vulnerables, me llegó al corazón. Quise reconducirlas por el buen camino, pero jamás me escucharon. Fue entonces cuando me decidí: unas cuantas mártires bastarían para alejar a las demás de las calles, pero ni un solo periodista mencionó jamás nada sobre ellas. Comprendí que mi esfuerzo había sido en vano: a nadie le interesan los asesinatos de prostitutas de los bajos fondos.
Así fue como un día, tras dar mi misión casi por perdida, me propuse dejar mi testimonio en forma de novela. Nunca habría apostado nada por su publicación, pero lo imposible tuvo lugar y la más terrible contradicción afloró con ello: el mismo mundo que se estremecía de morbo con mis palabras apartaba la mirada cuando la ficción se solapaba con la realidad.
Salto de la cama y me dirijo al sótano. Tomo la pequeña llave que llevo siempre conmigo, colgada al cuello, y abro una puerta que casi no se distingue de la pared. La pequeña habitación que hay detrás, que nació como bodega, se tiñe de rojo cuando pulso el interruptor de la luz. Cuatro manos izquierdas, perfectamente conservadas, adornan la primera balda de una estantería.
Soy consciente de que algún día me descubrirán. No soy tan ingenuo. De hecho, lo estoy deseando: una vez los medios se hagan eco, nadie lo olvidará jamás. Dará para documentales, series, películas y, si tardan lo suficiente, publicaré la secuela. Richard estará feliz. Y yo también, por supuesto. No siento remordimiento alguno.
Al fin y al cabo, no lo hago yo, que soy diestro. No, es la otra mano.
Lo hace todo la mano izquierda, la del Diablo.
¡Enhorabuena por el primer puesto!