La Mente de Raussel
No era de mucho extrañar que después de tantos años la mente de Rodolf Roman Raussel colapsara. Si es que con catorce empezó a fantasear con tinta y papel y no llegó a cumplir los treinta hasta que ya no diferenciaba entre lo que podía llegar a crear su mente y lo que era la realidad del día a día.
El colapso empezó cuando Raussel tenía un poco más de dieciséis años. Cuando el monstruo de Joinville salía a atormentarlo por las noches y volvía a su armario con los primeros rayos del día. También comenzó cuando los mafiosos de Ciudad de Rose corrían detrás de él cuando regresaba del instituto. Y desde luego que continuó cuando la sirena del mar de Thour se enamoró del asesino de Roxes en la bahía del Partiramo.
Todas esas historias, y demasiadas más, rondaban y rondaban la cabeza de Raussel hasta el punto de romper el filtro entre lo real y lo irreal. Ya no sabía parar, ni nadie más lo sabía parar. Si le quitaban el papel escribía en la pared, si le quitaban la tinta escribía con sangre. Y le ataban las más manos gritaba sus historias, sin cesar y durante horas. Se rompía la voz y garganta pero le seguía dando igual. Las ideas le torturaban para salir, para pasar a ser escuchadas, para ser leídas...Los doctores decían que el talento era innegable, pero de igual aquel talento innegable lo iba a matar. Por mucho que lo ataban, por mucho que lo educaban, por mucho que lo manipulaban, por mucho que persuadían. Ellos no eran más que ideas al que les daba vida, los consejos y las charlas educativas formaban parte de su imaginación aunque él no recordaba ni escribirlos ni decirlos.
Sin embargo, y a pesar de todo esto el principio del fin comenzó realmente una noche fría de Noviembre. En la cual Raussel, vio, desde su visión tan realista, fuego en su hogar. Aquel fuego salía desde la parte más inferior de la puerta de su cuarto. Y no parecía moverse aleatoriamente sino más como si tuviera vida propia. Siguió su movimiento hasta formar una figura humana bastante reconocible.
Raussel no se movió, seguía apreciando aquel maniquí de fuego. No se sabe cuánto tiempo estuvieron mirándose uno a uno sin emitir ni un mínimo movimiento. Hasta que el fuego se acercó más y más a él.
-¿Sabes quién soy?-preguntó el fuego.
-Producto de la imaginación, de mi locura-respondió Raussel casi al segundo. El fuego negó sin abrir la boca. Se alejó de un poco, y habló:
-Soy el fuego, el que destroza todo a su paso, quien consume sin piedad, sin temor a nadie ni a nada. Y si no sabes lo que yo quiero de ti, pronto lo sabrás, pues para eso he venido. Para mostrarte cual es tu misión en esta vida. ¿Pues nunca te has preguntado el porqué de tu don?
Raussel no dijo ni una palabra, a pesar de que las palabras eran el fuerte de Raussel, en ese momento le habían fallado de la peor manera.
Tiempo después, no demasiado, Ruassel junto al fuego dieron inicio a la supuesta misión del primero.
-Mira, Raussel, la casa del panadero. ¿Qué se cree? ¿Qué le puede quitar a la tierra sus frutos para alimentarse él?
-¿Qué se cree?-murmuró Raussel por lo bajo…
El fuego avanzó y Raussel le siguió, y entre ambos quemaron la casa del panadero. Tiempo después, no demasiado, se detuvieron cerca de otra casa.
-Mira, Raussel, es la casa del juez. ¿Qué se cree? ¿Qué puede juzgar a cualquiera y como quiera?
-¿Qué se cree?-volvió a murmurar suavemente Raussel…
Tiempo después, no demasiado y por tercera vez, se detuvieron cerca de otra casa.
-Mira Raussel, es la casa del médico. ¿Qué se cree? ¿Qué puede decirle a todos lo que deben tomar y lo que deben dejar?
-¿Qué se cree?-murmuró
Y así, casa por casa y durante horas, Raussel y el fuego hicieron justicia. Pues no había nadie más que ellos. Ya que todos dormían a esas altas horas de la noche, pero aún así lograron deshacerse de esos ruidos que les molestaban durante sus misiones.
Sin hacer caso a los acontecimientos los primeros rayos del sol salieron. ¡Y POBRE DE ELLOS! Pues no encontraron a nada ni a nadie a quien iluminar y calentar.
Todo había sido devastado por la furia incontrolable del fuego. El pueblo que le costó milenios ponerse en pie ya no existía, solo montones y montones de ceniza grisácea. Y entre aquella ceniza grisácea estaba el causante de todo. Con la vista perdida como de costumbre y las manos manchadas con la inocente sangre de sus vecinos, Raussel seguía pensando.
-Podría, podría escribir una historia sobre eso…
Todo puede morir, la mente de Ruassel no.