La mujer de la puerta - Joserra5827
Jo
Joserra5827

«La mujer de la puerta»

978 palabras
8 minutos
85 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
😨 Cuenta la historia de un escritor o escritora atormentado por su miedo a fracasar.

LA MUJER  DE  LA  PUERTA


     No esperábamos nadie que algo así nos pudiese ocurrir.  El virus nos golpeó con más violencia de la que podríamos haber imaginado y comprobamos que no solo los marcianos nos podían invadir.  Antes de todo aquello, todas mis preocupaciones eran las de encontrar inspiración para escribir mis obras que hasta aquel momento siempre trataban de mis experiencias personales, de mis pensamientos o de mis viajes.  Pero en todas mis novelas había un poso de incertidumbre.  Cada vez que terminaba una obra me atacaban las dudas de si aquella historia protagonizada por mi persona resultaría creíble, porque de lo contrario, significaría un fracaso personal para mí como escritor. Sin embargo, un hecho durante aquella pandemia tuvo el poder de obrar un drástico cambio en mi manera de escribir.


     Los primeros días de confinamiento, cuando no podíamos salir de casa más que para comprar algo de comida, resultaron muy severos.  Cuando entramos en la fase en la que ya podíamos salir un par de horas a dar un paseo, yo continuaba acudiendo al supermercado más o menos a la misma hora.  Durante tres o cuatro días vi que cerca de la entrada del establecimiento permanecía sentada en el suelo una mujer de unos treinta años, siempre con un niño de pocos meses en sus brazos y que mostraba la palma de la mano vuelta hacia arriba.  Cuando pasé a su altura, la miré a la cara por primera vez.  Ella cruzó la mirada conmigo y lo que vi en aquellos ojos me turbó profundamente.  Era una mirada de resignación, de quien ha perdido el futuro y ya no espera nada de la vida sino poder sobrevivir.  Era una mirada que me transmitió la soledad de quien alguna vez había tenido alguien que la amaba y alguien a quien amar, que había tenido un trabajo, quizá como el mío, unos padres, unos sueños, pero ahora lo había perdido casi todo.  


     Al quinto día me fijé que en la cola de la caja para pagar, dos clientes por delante de mí, había una anciana a la que yo conocía de vista del barrio.  Su cuerpo era menudo, pero la sonrisa afable no abandonaba nunca su cara.  Sus lentos movimientos denotaban su edad avanzada, acentuada por su espalda encorvada y una ligera cojera.  Sus ropas se mantenían limpias, pero se notaba que las llevaba usando mucho tiempo. Pensé que la pensión no le llegaría para mucho.  La cajera la saludó con afecto, pues también era clienta habitual.

- Buenos días, Doña Lolita. Tenga cuidado de no contagiarse, que no queremos dejar de verla por aquí.
- Hola, cariño – respondió ella -. Espero daros la lata mucho tiempo todavía.


     Tras abonar mi compra en la caja, salí por la puerta a tiempo de ver a Doña Lolita agachada frente a la mujer con el bebé ofreciéndole una bolsa con algún tipo de alimento.  Miré la cara de la madre y detrás de su mirada triste pude percibir un sincero sentimiento de agradecimiento.  No era como la de los que te piden un euro para comer y sabes que luego se lo van a gastar en tabaco o en algo peor.  Pensé en lo que habría tenido que pasar aquella pobre mujer para llegar a verse abocada a la indignidad de pedir limosna para ella y para su hijito.  Me propuse comprar algo al día siguiente para ofrecérselo, aunque mi economía como escritor no era precisamente boyante.


     Pero llegó el día siguiente y se me olvidó lo que me había propuesto hacer.  Al salir del supermercado volví a coincidir con Doña Lolita dándole a la mujer en esta ocasión una caja de madalenas.  “Mañana”, pensé, “mañana no se me olvida”.  Pero se me volvió a olvidar. Sin duda no le había dado la misma importancia al asunto que para la joven madre tendría.  Yo podía permitirme el lujo de comer todos los días, pero a lo mejor ella no. Lo primero sería para su niño.


     Durante los días siguientes no volví a ver a la mujer ni a su bebé.  Aquel hecho me extrañó, pues no solía faltar a su lugar en el suelo y llegué a olvidarme de ella.  Pero la semana siguiente comprobé que casi en el mismo lugar que había ocupado, se sentaba otra mujer algo más joven, pero con la misma mirada triste de la otra.  Recuerdo aquel día en el que presencié el hecho que me hizo cambiar radicalmente.  Desde dentro del supermercado, a través de las puertas de cristal, vi salir a la madre del niño con varias bolsas de compras.  Me quedé pasmado cuando vi que al pasar por delante de la joven del suelo, se agachaba y le entregaba una de las bolsas, que esta agradeció con una sonrisa.  


     Aquello me dejó confuso y sin pensarlo salí a la calle y le dije a la joven madre:

   - He visto lo que has hecho y no lo entiendo.  Antes necesitabas ayuda para comer y ahora le regalas comida a esta chica.  ¿Cómo es eso?

Ella asintió entendiendo mi confusión y respondió con su acento extranjero:

   - Antes lo necesitábamos mi hijo y yo, pero Doña Lolita me ha ofrecido cobijo y comida a cambio de hacerle compañía.  Por eso, ahora que no     necesito mucho, prefiero ayudar a otra persona que lo necesite más que yo.       


     Fue toda una revelación.  Me quedé allí pasmado mientras ella volvía a sonreír y se marchaba con las compras de la anciana Doña Lolita.  Acababa de comprobar con mis propios ojos que muchas veces, quien menos tiene es quien más da.  Desde ese día, sobre la misma hora y sin olvidarme, entrego a la joven de la puerta una bolsa de fruta, un paquete de galletas o una lata de conservas.  Y a partir de ahora, mis obras no tratarán sobre mis vivencias, sino que las dedicaré a las de los demás.

Jo
Joserra5827
Miembro desde hace 3 años.

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Wilma Beatriz Menelik
03 sept, 19:53 h
Me ha gustado mucho. Sinceramente ha sido un gusto el leer un relato tan positivo como este.
Celia García Mendieta
05 sept, 23:19 h
Muy enriquecedor tu relato.
Ismael Salvador
06 sept, 20:16 h
Hay que tener para dar: regálate, ofrécete. ¿Quizás estés sembrando? ¿O aún no es el momento?

No dudes en guardar si tienes claro para qué guardas. No dudes en invertir en tí si tienes claro tu proyecto. Porque cuando tengas, como esa jóven: darás. Y cuanto más rica seas, más abundantes serán tus regalos.
Anastasia Sopale Thompson
09 sept, 19:45 h
Me quito el sombrero ante tu relato, Joserra5827. Vendría a resumirlo en aquello de dar y recibir y es todo un ejemplo de solidaridad y concordia que en estos locos días brillan por su ausencia. Simplemente, ¡bravo!
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