¿Qué vas a hacer?, ¿cómo has llegado a esto?, y mil preguntas más pasaron por mi mente en cuestión de segundos, pero no pronuncié ninguna de ellas.
Miré la cara de esa madre que estaba a punto de abandonar a su bebé, y sus ojos se clavaron en mí. Esa mirada estaba cargada de miedo, esos ojos decían que no iban a ser capaces de cuidar a ese niño, que no era lo suficientemente fuerte para poder hacerlo sola, sin tener a alguien que pudiera ayudarla, y sin contar con una simple moneda en el bolsillo.
Vi una cara demacrada y un cuerpo que temblaba por la necesidad de volver a consumir algo que la hiciera olvidar por unos instantes la vida que nunca quiso para ella, pero que había terminado siendo su día a día.
Las manos empezaron a dejar al bebé en el contenedor, y mientras el bebé empezó a llorar, pensé en los abuelos del pequeño, en cómo lo arroparían y protegerían de este frío.
Miré de nuevo el espejo abandonado junto al contenedor y apenas me reconocía. Pensé en cómo abandoné la casa de mis padres para irme con un hombre que dejó de quererme y respetarme poco después de hacerlo yo conmigo misma.
Recordé la cantidad de sustancias que mi cuerpo ahora me pide a gritos que vuelva a darle y en cómo esa sensación controla mi vida.
Juro que en ese instante, viendo esa imagen en el espejo, de esa mujer irreconocible que soy ahora y que me da miedo ser, me hizo pensar que el control estaba en mí.
Abracé a ese niño y fui a donde jamás te negarán ayuda. Mi madre abrió la puerta y sin decir nada, nos abrazó y cerró la puerta tras nosotros.
Saludos.
Enhorabuena Pedro!
Saludos Insurgentes