«La ratita y la hoja en blanco.»
Mientras se debatía ante el vacío escuchó un leve sonido en el suelo. Del agujero en la esquina asomó una rata de color gris con una mancha blanca en la nariz.
_Puntual como siempre, Calíope - dijo mirando al roedor. Un instante después asomó la que suponía su hermana, una rata parda con una mancha negra en el lomo - Y aquí está la pequeña Talía. Mis dos diminutas musas.
Las dos pequeñas alimañas se pararon una al lado de otra, se irguieron sobre sus cuartos traseros y le miraron. Se sacó del bolsillo el trozo de pan duro que siempre les guardaba. Aquellas dos ratas a las que había bautizado como dos de las musas de la mitología clásica eran su única compañía y les había cogido cariño. Partió el trozo en dos y arrojó una mitad a cada una, ambas, confiadas, cogieron con sus patitas su trozo y empezaron a roerlo.
_Que aproveche.
Mientras las ratas terminaban su magro desayuno volvió a mirar el papel con la pluma en alto. La noche anterior había soñado algo pero no conseguía retenerlo, se movía por la periferia de su mente negándose a volver a él. Sabía que la idea era buena pero no veía la manera de agarrarla y hacerla suya. El pesimismo volvió a invadirle y con él vio acercarse al fantasma de la autocompasión. Se volvió a sus dos compañeras en busca de auxilio, así de triste y patética era su vida, así de bajo había caído, buscando inspiración en dos ratas.
_¿No tenéis nada para mí? - preguntó a los roedores. La rata con el morro blanco husmeaba por el suelo y, sin más ceremonia se volvió a su agujero.
_¿Me abandonas, Calíope? No habrá épica en mi obra entonces, rata ingrata - Sonrió al escucharse decir esas dos últimas palabras. Eran lo más parecido a un verso consonante que paría en mucho tiempo. Talía, entre tanto se atusaba los bigotes impertérrita mientras su hermana abandonaba la mugrienta y húmeda estancia. La miró y la rata abandonó su acicalado matutino y, erguida sobre sus patitas traseras le miró a los ojos.
_¿Me acabas de guiñar un ojo? - Por toda respuesta el roedor emitió un leve chillido, recogió una miga de pan y se volvió a su agujero, una vez en él se volvió, repitió guiño y chillidito y desapareció agitando la cola - Que tengas tú también un buen día, querida Talía. Entonces está decidido... Que sea comedia.
Se volvió al papel y se concentró, ¡ya lo tenía!, pero no podía recordar el lugar, ¿dónde era?. Daba igual. Mojó la pluma en el tintero y, con su letra torcida y algo nerviosa pero clara empezó.
"En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme..."
Cervantes levantó la vista y sonrió satisfecho por primera vez en mucho tiempo. Volvió a mojar la pluma en el tintero y siguió y siguió escribiendo, página tras página, feliz pese a su miseria. Mientras tanto, desde un agujero oscuro una ratita parda le miraba, se atusaba los bigotes y esperaba sus miguitas de pan.
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