«La resurrección de la verdad.»

Con cada golpeteo de las manecillas del reloj mi alma va abandonando poco a poco mi cuerpo. Dado que mis horas en este mundo están contadas no me gustaría partir de él sin antes dejar constancia de mi paso por sus senderos tortuosos. Quiero que las siguientes letras se conviertan en la vida que a mí me robaron, desempeñando por mí la labor que nunca pude llevar a cabo. Se suele pensar que la existencia de una persona termina con su muerte, pero a veces ocurre lo opuesto: que su verdadera vida comienza tras su muerte. Eso es lo que a mí me ha sido deparado. Durante muchos años me silenciaron, obligándome a abandonar todo, a dejar atrás mi identidad. Me desaparecieron y me hicieron pasar por muerta. La máxima que rigió toda mi vida fue aquella que decía que el conocimiento era poder. Por eso, siempre aspiraba hacia él, quería llegar al fondo de todas las cosas, dominada por una suerte de vanidad de querer sentirme una divinidad omnisciente conocedora de todos los secretos, de todos los entresijos de la vida humana. Esa tendencia me condujo a la liberación en muchas ocasiones, desatando las cadenas de los prejuicios que aherrojan la mente humana oxidándola. Otras veces fue mi maldición, y ésa es la que voy a deshacer hoy, desvelando los secretos que me costaron el ostracismo. El tiempo destiñe todas las máscaras y el momento de hacer caer a las personas que me condenaron ha llegado. Con este mensaje también pretendo exhortar al mundo a que nunca nadie permita que mutilen su voz, y que cuando sean juzgados, denostados o tildados de locos no desesperen porque el momento de la verdad llegará, y les hará libres. Siempre persistan en su verdad, no la desechen aunque el resto se oponga.