Eva siempre ha estado sola, no ha necesitado a nadie para sentirse feliz, ella es distinta a los demás. Lo supo a los doce años, cuando para evadirse de las broncas diarias que había en casa, se encerraba en el baño y se ponía a escribir. ¿El qué? Eso daba igual. Eva inventaba historias sobre lo que veía a su alrededor: su vecina, su profesora, sus padres. Todo era imaginación, todo valía. Cuando empezaba una historia no sabía cómo terminaría. El bolígrafo tenía vida propia y el cuaderno la llamaba para que continuara escribiendo en sus páginas. No podía dejar una hoja en blanco. Esa era su obsesión, llenaba y llenaba cuadernos.
Con el tiempo, Eva consiguió un ordenador. Fue un regalo de su padre por Reyes. Sus padres se acababan de separar y su padre quería hacerle el mejor regalo. Pretendía ganársela después de tantos años en los que ella no importaba, ahora la quería de su lado. Le daba igual, ella no estaba de parte de ninguno. Eran los seres más egoístas que conocía, claro que Eva no trataba con mucha gente.
Ahora en la universidad, tampoco tenía amigos y jamás había tenido novio. Aunque eso no significaba que Eva nunca hubiera amado. Se enamoró varias veces y de forma incondicional. A muerte, como le gustaba decir. El problema es que nunca les dirigía la palabra, nunca les expresaba sus sentimientos. Pero, aunque ellos no se fijaran en Eva, ella no les quitaba ojo. Vigilaba sus vidas, escribía sobre ellos. Continuaba llenando cuadernos y si la cosa iba en serio, escribía su historia en el ordenador. Hasta que rompía la relación, metafóricamente hablando. Entonces cambiaba de chico, cambiaba de cuaderno.
Lo mismo hacia con el resto de las personas. Le gustaba curiosear su entorno y a la gente, e inventarse sus vidas. Y eso es lo que hacía todos los días en la biblioteca, desde esa magnífica sala con una pared de cristal que daba a la cafetería. Desde allí, podía observar a quienes entraban y salían de la cafetería, los que estaban solos, los que se reunían para comentar apuntes. También podía ver cómo trabajaba Candela, la encargada del bar. Una mujer de treinta años, siempre con una sonrisa en los labios. Candela tenía cuaderno claro, y Eva escribía sobre ella y su novio, un hombre grandullón que todos los días iba a verla. No faltaba ni un día. Era evidente que Mr. Cachas y Candela estaban claramente enamorados, pero no podían vivir juntos. Los sueldos mileurista no les daba para un alquiler decente, así que cada uno vivía en pisos compartidos y eso generaba tensión entre ellos. Últimamente se les veía discutir bastante, y Candela ya no sonreía al ver entrar a Mr. Cachas. Eva estaba atascada en esta historia.
Esa relación no iba a terminar bien, lo veía venir. No eran como Adela y Matías, ambos de casi ochenta años, que quedaban todos los días a tomar café. Ella siempre con libros en la mano, él nunca llevaba uno, pero tenía unos bonitos ojos azules, y una mirada limpia y serena. Era muy tierno ver como se contemplaban. Eva ya tenía escrito medio cuaderno sobre ellos. Se veían a escondidas en la biblioteca, sus familias no estaban de acuerdo con esa relación, eran como los Montesco y los Capuleto. Aunque esperaba que el final no fuera similar.
Y por último estaba Víctor, su Víctor. Realmente no sabía su nombre, pero era el protagonista de su tercer cuaderno. Estudiante de medicina, con gafas y pinta de empollón. Un chico tímido, no hablaba con nadie a no ser que se acercarán a él, y las conversaciones no duraban ni tres minutos. Seguro que le preguntaban alguna duda del temario o sobre unas prácticas. Asiduo a la biblioteca, todos los días pasaba un rato en la cafetería, a la misma hora, en el mismo sitio. A Eva le gustaba esa rutina, esa cotidianidad hacía que fueran similares. Pero empezaba a ponerse nerviosa. El cuaderno de Víctor se acababa y tenía que escribir un final. Y quería un final distinto a todos los demás, donde la chica por fin se declaraba y el chico asombrado la besaba.
Por eso un día decidió entrar en la cafetería, estar al otro lado del cristal. Ser ella la protagonista, tomar la iniciativa y ser otra Eva. Pero antes, pasó por el aseo y fue al último servicio. Mientras estaba sentada, un azulejo que tenía rota una esquina llamó su atención. Se acercó al agujero y se quedó petrificada al ver al otro lado un ojo de un azul conocido e impostor. Ya no era tierno y limpio, sino frio y repulsivo, lleno de lascivia. Dio un grito y el ojo desapareció.
Salió temblorosa del aseo, con miedo a encontrarse con esa mirada lujuriosa y pasó corriendo a la cafetería. A su lado, dos chicas murmuraban algo sobre Candela y unas gafas oscuras que llevaba, y que justificaba diciendo que tenía fotosensibilidad. Nunca la había visto con ellas, y estaba muy pálida. No sonreía, prácticamente no hablaba. Entonces entró Mr. Cachas gritando ¡Puta! y dirigiéndose hacia Candela. La pobre intentaba esconderse detrás de la barra. Un cliente llamó a la policía y casi de inmediato entró una pareja de la Guardia Civil, pero fueron directos a por Víctor que se levantó de un salto, tirando varias sillas e intentando escapar sin éxito. Finalmente quedó atrapado entre el suelo y la rodilla de un guardia que le explicaba que estaba detenido por tráfico de drogas.
Todo esto pasaba ante los ojos de Eva a cámara lenta. Todo ocurría por salir de la sala de cristal, por querer ser protagonista, por querer cambiar su historia con Víctor. Eva empezó a encontrarse mal, no podía respirar, el suelo se movía, todo giraba a su alrededor y cayó al suelo golpeándose contra el cristal. Y entonces, justo antes de cerrar los ojos, pudo ver como su adorable Adela Capuleto le arrancaba bruscamente el móvil de la mano.
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