Venecia en plena ebullición. La noche está encendida. Revuelo entre vocerío y música atronadora. Serpentinas voladoras. Cerca de uno de los incontables embarcaderos donde se halla una reducida flota de góndolas, se encuentran de pie dos individuos de estatura media y con aspecto de ¿mosqueteros? ¿Quizás el propio D'Artagnan y Aramis? La penumbra, cómplice, conduce a confusión, pero bajo esas napias color porcelana y puntiagudas...
—¿A qué esperabas? Pensé que no me darías la señal nunca.
—Este disfraz de Porthos te favorece bastante. Yo también me alegro de verte.
—No es precisamente momento para bromas. ¿Lo hiciste o no?
—Calma. Pues yo creo que sí, es el mejor momento para bromas. De hecho, ¿no estamos en carnavales? ¡Y en su catedral, Venecia! Disfruta del momento. Nunca sabes cuándo será el último.
—Aún no has respondido a mi pregunta, Athos. Y ya se me está empezando a agotar la paciencia. ¿Lo hiciste o no? Es simple.
«Y ahora me viene con cosas simples…»
—Ya, simple… No, pero estoy a punto. Me las sigo ingeniando para estrechar más el cerco. Conoces de sobra cómo funciona este mundillo. Cualquier paso en falso y la soga aprieta hasta no dejar escapar aliento, amigo. Todo a su tiempo.
—¡Tiempo es justo lo que no tenemos! ¿O es que no lo entiendes?
—Pues claro que lo entiendo, mi querido Porthos...
Se fundieron en un inesperado abrazo… como los que hacen época, salvo por un pequeño detalle:
—Ay, mi querido Porthos. Y pensar que hicimos un pacto; todos para uno… Pero con lo que no contaba es que fueras tú el topo en nuestra organización. Buen viaje, amigo.
Le susurra al oído mientras este último cae a plomo al adoquinado.
Un destello plateado –y ensangrentado– inicia su descenso canal adentro.
Serpentinas voladoras tejiendo el cielo...
Saludos,
Carol.
Diálogo y narración espléndidos.
Enhorabuena.
Saludos Insurgentes