Te preguntarás por qué te escribo esta carta, sobretodo cuando hace un mes que no recibes noticias mías. Solo quería decirte que hoy he vuelto a hablar con mi sombra. Como apenas te he hablado de ella aquí tienes una breve descripción suya: es una silueta oscura de cabellos enmarañados que imita mi forma, pequeñas grietas blancas surcan su piel, posee una voz más profunda y suave, y... Le tiene miedo a la oscuridad. Lo que más le aterra en este mundo es ser encerrada en lo más profundo de mi subconsciente, quedarse atrapada sin posibilidad de articular palabra alguna. La verdad, amiga mía, es que prefiero no escucharla. No me agrada lo que dice. Me conoce mejor que nadie y, por eso, la temo''.
―No podemos seguir así. Tienes que parar. No puedo seguir cargando con todo... Necesitas, necesitamos ayu...
―Solo un poco más, sombra mía. Solo necesitamos esforzarnos más. Solo necesitamos un poco más de tiempo. Tenemos que ser fuertes.
''Fortaleza.
Madurez.
Resistencia.
Tiempo.
Ahora son palabras banales, carentes de significado.
Sin mi sombra no me muevo. Tan solo soy un títere de piel, carne y hueso; y ella, en cambio, es el engranaje que pone todo en marcha. Un engranaje que está a punto de quebrarse. Las mismas grietas que la dañan se materializan sobre mi pálida piel, la misma presión que la oprime me comprime el pecho y los pulmones. El agua empieza a desbordarse y nuestra voz no consigue alzarse por encima de todo este caos.
Tengo que seguir. No queda otro camino. No conozco otra alternativa''.
Aquella fue la última carta que recibí de Maria.
Acostumbrada a tragar con todo, mil agujas la quemaron, mil losas la aplastaron, mil océanos la asfixiaron.
No presté atención a las señales...
Lo... siento... Lo siento mucho...
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes