Llei Ti

«Las lágrimas de San Lorenzo»

1040 palabras
8 minutos
86 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
😵 Imagina la aventura personal de un o una novelista que pierde la noción entre la realidad y la ficción.
Eran las ocho y media de la mañana y el olor a café impregnaba las paredes del que, hasta ahora, siempre había sido su hogar vacacional; la casa de sus abuelos en Mojácar, un municipio de la costa de Almería. Tras la muerte repentina de su madre, Silvio acababa de heredar la pequeña casita situada en lo más alto de la montaña de aquel pueblo blanco.
 El joven escritor estaba pasando por un mal momento emocional motivado por el fallecimiento de su madre y por el estrés de entregar su última novela a tiempo a la editorial. 
Es por ello que se había propuesto una pequeña pausa. Necesitaba unos días para vivir con calma, despacio; y aquella mañana marcaría un antes y un después en su vida. Silvio se sentó en su cómodo sofá azul marino como cada día y, mientras le daba un sorbo al café y la brisa del mar entraba por la ventana, el joven alzó la mirada hacia la vetusta y maciza estantería de libros de sus abuelos donde uno de ellos llamó su atención: Cueva de los Letreros. «¿Cuánto tiempo había estado ese libro ahí?», pensó. Sin más preámbulos, comenzó a leerlo.
“[…]El Brujo y el Indalo. Las figuras rupestres del Neolítico tardío o Edad de Cobre siguen siendo un misterio para la humanidad. El Brujo, con forma de diablo sujetando un corazón en su mano izquierda; el Indalo, una figura humana con los brazos extendidos y un arco sobre sus manos […].”
Aquella lectura rápida le sirvió como fuente de inspiración. No dudó en coger su computadora y comenzar a escribir. En algún momento del día y tras varias horas redactando, Silvio, con su ordenador sobre su abdomen, se quedó dormido en el sofá. 

«Muchacho, ayúdame, estoy atrapado.»

Silvio, sobresaltado, abrió los ojos. ¿Qué acababa de ocurrir? ¿Había oído una voz? ¿Cuántas horas llevaba durmiendo? Había perdido la noción del tiempo y el sol se estaba poniendo. 

Aquella noche era especial en el bonito pueblo. Se celebraba “La noche de las velas”, un mágico festejo donde el misterio y el espectáculo visual siempre habían servido de ayuda para cualquiera que buscara inspiración. Desde tiempos remotos, con la llegada de las Lágrimas de San Lorenzo, el pueblo mojaquero apagaba todo el alumbrado artificial de las calles y, en su lugar, encendían velas para iluminarlas, creando así una escena inolvidable.
Silvio cogió su vieja mochila, su cuaderno y su pluma y salió de su acogedora casa adentrándose en la semi oscuridad de las vías urbanas. Música, batucadas, miles de velas por doquier y toda la muchedumbre vestida de blanco creaban una majestuosa estampa.
—Maldita sea, he olvidado vestirme de blanco—masculló.
Las calles estaban abarrotadas y la imaginación de Silvio cobró más vida que nunca.
Miles de voces parecían salir de su cabeza, ¿eran reales? Tenían que serlo, pues estaba seguro de haberlas oído. La luz era muy tenue y extrañas sombras se proyectaban en las paredes. Oscuras figuras acechaban a su alrededor y todas y cada una de ellas le resultaban familiares: eran Brujos e Indalos. Cuando Silvio miraba a la muchedumbre, solo veía rostros humanos, pero cuando miraba a las proyecciones en la pared, era capaz de ver el verdadero ser que llevaban dentro. 
Silvio, asustado, salió corriendo tambaleándose y chocándose con la multitud que paseaba por las aceras y calzadas, ya que sentía la gran necesidad de refugiarse en su casa. Tan pronto entró por la puerta se sentó en su sofá, y con la mente y la mirada totalmente perdidas, intentó digerir todo lo ocurrido.

«Muchacho, ¡muchacho!»

Era esa voz otra vez, y no venía de su cabeza, venía de la pared. 
—Habla de nuevo, ¿dónde estás?
—En el cuadro.
No se lo podía creer. El cuadro donde estaba pintado su eneabuelo materno acababa de hablarle.
—Llevo siglos esperando a que me saquen de aquí. Decenas de parientes han pasado por esta casa y ninguno ha podido sentirme. ¡Alabado seas! Eres descendiente de los Indalos, al igual que yo. Llena un cántaro de agua, recógela con tus manos y ve echándomela hasta borrar mi imagen del cuadro, cuando el fluido entre en contacto con ellas, la magia que albergan tus extremidades logrará que pueda salir de aquí.
—Está bien. Cogeré el cántaro que hay en la alacena.
Silvio siguió las directrices de su eneabuelo y el milagro ocurrió.
—¡Ahhhhhhhhhhhhhh! ¡Vuelvo a respirar! Dame un minuto que disfrute de este momento. 
El eneabuelo se mantuvo en silencio por un periodo corto de tiempo.
—Está bien. Comencemos. Seguro que estás aturdido, no te asustes, todo tiene una explicación. Silvio, no puedes creer que solo existe lo que ven tus ojos. Desde tiempos inmemorables, desde que el ser humano apareció, hubo un grupo que se dejó seducir por la magia negra: los Brujos. En consecuencia, para mantener el equilibrio del universo, aparecieron los Indalos, otros seres humanos que eran capaces de restablecer la paz y  suprimir el caos ocasionado por los Brujos.
Los Brujos pueden hacer decenas de hechizos: desde atrapar a cualquier criatura y dejarla inerte dibujándola en cualquier superficie, hasta arrancarle el corazón a un Indalo para sumarse años de vida.
Hoy es una noche mágica. Los Indalos creamos esta festividad porque descubrimos el talón de Aquiles de los Brujos: mezclando esencia de esparto con parafina, creamos una vela que con su luz era capaz de revelar la verdadera naturaleza de las personas durante el periodo de las perseidas. ¡Es hora de que salgamos a capturar a esos miserables!
El pariente de Silvio salió corriendo hacia a la calle y desapareció entre la muchedumbre.
Silvio estaba en estado de shock, pero tenía que ir en busca de respuestas pues necesitaba saber más de su propio ser ahora que sabía que era descendiente de los Indalos.

—Silvio, ¿estás bien? —dijo una voz femenina.
—Marta, ¿qué haces aquí? 
Marta era una amiga de la infancia.
—¿No lo recuerdas? Habíamos quedado…Tenías la puerta abierta y he venido a buscarte. Me he quedado parada porque te he visto hablando solo y destrozando el cuadro que tenías colgado en la pared. Era horrible, sí, pero no sé… era una herencia familiar.

¿Había vuelto a ocurrir? ¿De nuevo Silvio era incapaz de discernir entre sus visiones y la realidad?
Llei Ti
Mi nombre es Juana María Terrones González y soy amante de la literatura infantil…
Miembro desde hace 2 años.
7 historias publicadas.

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Carolina Gilbert
09 sept, 18:36 h
Muy bueno. Me encanta Silvio
Llei Ti
20 sept, 15:54 h
¡Muchas gracias, Carolina!🥰
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