«Latidos.»

Desperté en una cama con dosel de tela de un color rosa pastel para nada agradable.
«¿dónde estoy?», pensé analizando la habitación. El mobiliario es de madera, de estilo clásico y envejecido. La vela de un candelabro dorado ilumina la estancia.

Hace un segundo, me encontraba en casa de Lucía jugando a los crímenes. Ya casi habíamos descubierto al asesino cuando aquel rayo traspasó la ventana asustándonos.

Me levanté aturdida y caminé hacia una ventana para tomar el aire, de nuevo, salté del asombro al verme reflejada en un espejo. Mi cuerpo no era ese.
«Esa, no soy yo»

Con mi corazón latiendo con fuerza, llegué rauda hasta la ventana y, como si el destino estuviera jugando conmigo, observé como mi amiga se encontraba tirada e inconsciente en el suelo de la habitación. Ella era enorme y yo me veía como una muñeca de porcelana pequeña e indefensa de estantería.

Dos disparos se escucharon causando en mí un sentimiento de pánico. Unos pasos a través del pasillo sonaban intimidantes y mi corazón latía aún más.
«Tengo que salir de aquí»

No tuve otra opción que buscar una herramienta con la que defenderme. El  candelabro de la mesita de noche me serviría. Así que, con mi arma entre las manos, fui decidida hacia la puerta. Giré el pomo con valentía y arrojo, pero nadie había en ese pasillo. Tan solo el silencio aterrador de lo desconocido y una escalera de caracol que bajaba a un piso inferior junto a unos cuadros de personajes pegados en la pared. Pinturas sacadas de un museo de los horrores. 

— Buenas noches, señorita Lucrecia.

Me di la vuelta empuñando mi candelabro. Ahí estaba, al fondo del pasillo y protegido por la oscuridad, un hombre enchaquetado me apuntaba con una pistola.
«Yo no me llamo Lucrecia»