«Lengua maldita»

No en vano había comenzado a trabajar temprano, las ideas que desbordaban mi mente solían ser maldicientes, nadie las escuchaba pues creería que a nadie le importaban; lo que es muy posible es que les sonaran aberrantes, yo y mi locura contrastaban con la enorme capacidad de mostrarme incólume; anoche había terminado con aquel al que le adjudicaba mis penas y lo mejor es que estoy seguro que no podrían encontrarle. Salí a caminar pues necesitaba eliminar el olor a sangre putrefacta que se había enquistado en mis narices, solía sonreír a todo aquel que se me atravesaba, pero por dentro quería asesinarles, de hecho asesiné un par de veces (a personas que no me habían hecho ningún mal) de una manera que ni el mejor asesino de la historia pudiese imitar; he dicho ¡ imitar!, ¿ seré acaso un imitador', no lo creo, o tal vez sí, tal vez por ello tuve que asesinarle, sin piedad le degollé mientras miraba la foto que tenía pegada en la pared en la cual aún yo era un niño y estábamos juntos —  un niño qué nació sin alma, como él mismo un día me lo vociferó—  ahora que lo pienso creo que por ello le odiaba, aunque frente a todos fingía eterno amor. Metí la mano a mi bolsillo y sentí algo pegajoso, sonreí y para disimular me quité el sombrero e incliné mi rostro en señal de respeto a un funeral que pasaba por la calle la concordia; otro muerto más me dije, saqué el pañuelo blanquecino y limpié mi mano, envolví con este la única parte del cuerpo que quedó intacta, la misma por la cual mereció morir.