La artista siempre pintaba la verdad. Lo que fuera que sus ojos vieran, era lo que plasmaría con colores en el lienzo. Ningún secreto se escapaba nunca a su mirada. Nunca, salvo esa vez.
Una carta había llegado a su estudio, con palabras sugerentes y desafiantes: ¿Te atreverás a pintarme?
La artista no había dudado en responder que sí. Hacía mucho que no mandaba una carta y tuvo que rebuscar en su memoria dónde poner el remitente. Sin embargo, había aceptado el reto. Claro que como todos los desafíos, lo aceptó sin saber realmente a que se estaba enfrentando.
Un rostro que no podía ser pintado, porque ella descubría la verdad y la dejaba al descubierto con sus pinturas y pinceles, y el rostro del hombre extranjero o bien guardaba demasiados secretos o no guardaba ninguno.
La mujer había pasado horas y horas mirándolo, tratando de entender qué era lo que le impedía pintarle. El lienzo seguía en blanco, y el hombre ostentaba una sonrisa de satisfacción en su boca.
- Sabía que no podrías hacerlo. De hecho, es una lástima, esperaba equivocarme por una vez, me hubiera gustado tener un retrato mío.
La artista no contestó, estaba concentrada en desvelar el misterio. No hubo respuesta.
Trató de sacarle una foto, y pintarlo mirándola en vez de mirar de verdad al hambre en carne y hueso. No resultó tampoco, su lienzo seguía en blanco. Pasaron días de intentar cada cosa que se le ocurrió, hasta trató de pintarlo de memoria… Pero su lienzo seguía en blanco.
Al final se rindió y miró al extranjero con cansancio. – No puedo. No lo entiendo, esto nunca me había pasado, ¿por qué no puedo pintarte?
El hombre sonrió con compasión. – Porque pintas la verdad, artista, y yo no soy real.
Me ha gustado.
Saludos Insurgentes