Hace tres días con sus noches que no para de llover.
Afuera veo la soga llena de ropa tendida.
No importa. Solamente es agua. Que se empape, que se inunde. Ojalá yo también pudiera.
Saber de vos me arrojó a este estado inmóvil. Mis ojos fijos en el documento en blanco, en la pantalla de la computadora.
“Del ordenador” dirías vos, dirías tú.
Mis manos sobre la mesa, frente al teclado, los pies marcando un ritmo infeliz en el suelo.
Creo que pasaron tres horas ya; bien podrían ser diez o cien, ya perdí noción del tiempo cronológico. Me he sumido en este cronos ilógico, flotante.
Más allá de la ropa tendida, miro el cielo, lejos y arriba. Las nubes. De las nubes viene toda esta agua. ¿Me servirá esa imagen para empezar a escribir algo? La condensación. Lo aprendí en la escuela. Pasar de estado gaseoso a estado líquido. Pero ahora soy un bloque, rígido, que teme al más mínimo movimiento, como el que están haciendo mis pulmones al respirar.
Condensarme y lloverme, eso quisiera.
En un mensaje, en un parpadeo, , te desvaneciste. Ya no te voy a tocar más.
Tu ausencia estalló como un silencio agudo.
Sólo puedo contemplar cómo cambia todo, abrupta y violentamente. Contemplar, y no entender absolutamente nada.
A dónde van las palabras dichas, los besos húmedos, los deseos imparables de esa otra piel, las miradas que entran al pecho directo, ¿a dónde van?
Con mi inspiración, se fueron todas esas cosas, pero ¿a dónde? ¿a la nada, al éter?
Parpadeo. Me he movido. Estiro la mano hacia la taza de café. La acerco a mi boca. Está helado. Definitivamente, no sé cuánto tiempo pasó.
Pero vos dejabas enfriar el café en la taza antes de beberlo, y otra vez te aparecés. En la temperatura del café.
Saber de vos me ha sumido en este café frío, en esta casa en silencio muerto.
No va a parar de llover, y no me importa. Casi no oigo el agua que cae, constante.
Mis ojos siguen sobre el documento en blanco, en blanco total.
Parpadeo. Señal de que vivo todavía.
Suena el teléfono. Sigue sonando. Retumbando en estas paredes mudas. Que suene. Todas las veces que quiera.
Parpadeo. Sigo viva, lo compruebo nuevamente. Hay ese mínimo movimiento.
Así me voy a quedar.
Hasta que cese la lluvia algún día, si es que es verdad eso de que siempre que llovió paró.
Hasta que me desvanezca y nadie sepa más de mí, ni de cada fragmento de mi cuerpo.
Que si no los querés vos, que si no los quieres tú, no los quiera nadie.
Así me quedaré, tan quieta.
Hasta que yo misma sea esta lluvia infinita.
Hasta que alguien escriba sobre mí, lo que ahora yo no puedo.