Michael es un bombero jubilado de Nueva York, uno de los primeros que acudió al World Trace Center, aquel fatídico once de septiembre. Desde entonces acude cada año, en el aniversario de los atentados junto a sus dos hijos gemelos Jhon y Steven, al lugar donde antaño se erigían majestuosas las torres gemelas. Los gemelos no eran realmente sus hijos, fueron adoptados después de que su padre perdiera la vida intentando salvar la de otros, haciendo su trabajo, el que más le gustaba. Su verdadero padre, que había enviudado al nacer los gemelos, le hizo prometer a Michael que cuidaría de sus hijos si algún día le pasaba algo.
Y Michael, no solo cumplió su promesa, sino que también mantuvo viva la memoria de su compañero, cada año se sentaba junto a los gemelos, que ya habían cumplido veinticinco años, y les contaba la heroica historia de su padre. Ellos siempre escuchaban con atención, como si fuera la primera vez que la escuchaban.
—Vuestro padre Gilbert, era mi mejor amigo, el bombero más valiente y generoso que he conocido. Aquel día cuando llegamos aquí, tan solo unos minutos después de que ese avión se estrellara contra la torre, fue el primero que quiso entrar. Su único afán era salvar todas las vidas que fuera posible. Subió por las escaleras sin pensárselo un segundo, sin esperar órdenes, hasta que llegó nada menos que al piso ochenta, ni tan siquiera el cansancio pudo con él. Allí se topó con una barrera de fuego, tras de ella una puerta y los gritos de una mujer que pedía auxilio. No lo dudó un momento, atravesó como pudo la barrera, nadie sabe cómo, derribó la puerta. Salvó la vida de aquella mujer, pero no pudo salvar la suya cuando el techo se derrumbó.