MALOS POETAS - Andrés Javier García
AG
Andrés Javier García

«MALOS POETAS»

958 palabras
7 minutos
77 lecturas
Reto creativo «Escribir es invitar»
🏆 Fantasea sobre la vida de un autor o autora que convierte en best seller su ópera prima.

Llevaba algunos meses viéndome con Bibi cuando me pidió que le dedicara mi primera novela. Y se lo prometí. Lo único vivo en esa página desértica antes del primer capítulo, en la que sigue al título con mi nombre debajo, son unas cortas líneas para ella.


La conocí una noche de micro abierto en el bar del Manco. Esperé a que la demanda del escenario mermara, subí y recité un par de poemas. Pura parafernalia. Emilia Pardo Bazán dijo que, para ser un buen narrador antes había que ser un mal poeta. No me considero un mal poeta, pero mi discurso como escritor giraba en torno a aquella frase. Estaba dispuesto a todo para dar a conocer mi obra.

Me resultó fácil componer versos sentimentalistas a través de algo cotidiano. Después, la idiotez humana haría el resto, la intrínseca necesidad de ver bajo la roca de lo banal un ápice de sentido. Las personas hacen esfuerzos sobrehumanos para desplazar esa piedra y asignar cierto simbolismo místico a las cochinillas que salen disparadas en todas direcciones buscando otro hueco húmedo. «Poesía en la naturaleza, lo bello del mundo al alcance de la mano». Gilipolleces.

El poeta se ríe en su fuero interno de lo que aplauden las orejas regadas con el bálsamo de la impostura.

Esperé a que terminara el aplauso y anuncié la inminente publicación de mi novela. Bajé de la tarima regocijándome en los halagos de aquellas personas sin rostro a la vez que asentía a modo de agradecimiento, caminando entre la muchedumbre hasta la puerta para fumar un pitillo.

Bibi rozó mi brazo cuando cruzaba el umbral, me giré al tiempo que el frío de la calle me golpeaba y por primera vez, vi aquella sonrisa que se mantuvo en su rostro a pesar de que el fresco la hiciera fruncir el ceño y frotarse las manos antes de cubrirlas por completo con las mangas de su abrigo verde.

—Ha sido precioso —dijo sin dejar de sonreír.

—Gracias. —Asentí—. Me alegro de que te haya gustado —dibujé una sonrisa de apenas un segundo y sin cerrar la cajetilla le ofrecí con un ademán.

—Cómo has descrito la angustia —se colocó detrás de la oreja el mechón de pelo rubio que le invadía la cara y empezó a gesticular con las manos enterradas de nuevo—; la metáfora de la vida frenándote en seco como el golpe en el meñique del pie contra la pata de la mesilla, y todo por no encender la luz —soltó una carcajada—. Maravilloso, me ha encantado.

Hablamos durante horas. La clientela salió en manada del local dejando entrever por el hueco de la puerta las luces blancas que anunciaban el cierre. Le sugerí tomar una última copa en mi casa.

—¿Intentas ligar conmigo? —Su tono parecía serio.

La miré unos segundos, con una sonrisa incómoda. No supe muy bien cómo reaccionar. Emitió un sonido cortado por la bocanada de aire que expulsó al mismo tiempo y comenzó a reírse.

Sonreí.

—Estoy de coña —dijo—. Vivo cerca de aquí. Vamos a la mía.


Entró primero. Cerré la puerta y cuando volví a mirar adelante su figura se había diluido entre la oscuridad. El clic suave del interruptor de una lamparita iluminó la estancia. Había algunos cuadros en la pared del sofá de dos plazas vestido con una sábana cromática indescifrable debido la tenue luz amarillenta.

—Siéntate donde quieras. —Se detuvo antes de cruzar el marco que, supuse, desembocaba en la cocina y se giró hacía mí—. ¿Cerveza? ¿Vino?

Barrí con la mirada aquel salón acogedor hasta clavar mis ojos en los suyos.

—Un vino estaría bien.

—Tengo una botella de blanco en la nevera. Lo reservaba para un día especial, pero bueno, compraré otra y la repondré.

Fruncí el ceño e incliné la cabeza. Bibi había vuelto a quedarse conmigo. Se dio la vuelta y camino de la cocina dijo:

—Joder, que inocentes sois los escritores.

Volvió con la botella en una mano y dos copas en la otra. Antes de dejarlas sobre la mesita de cristal que había frente al sofá, pulsó el botón del equipo y comenzó a sonar “Fever” de Peggy Lee. Recorrió el resto de pasos contoneándose al son de la música y se sentó muy cerca.

La segunda copa de vino la tomamos tibia, desnudos sobre la sábana revuelta del sofá. Me dijo que era bastante callado, a lo que yo asentí con media sonrisa.


Seguimos quedando con asiduidad. La última noche que la vi fuimos al cine, salimos a cenar, paseamos por la ciudad de noche; hablamos de arte, literatura, música… Estábamos en mi casa cuando le confesé que sería famoso.

—Mi primera novela será un best seller. Y todo gracias a ti.

—¿En serio? ¿Gracias a mí? —Aplaudió de forma rápida y con suavidad. Se incorporó apoyando el codo sobre la almohada y dejó caer el peso de su cabeza en la palma de la mano, mirándome fijamente—. ¿Cómo? ¿Te has inspirado en mí para algún personaje? ¿Me la vas a dedicar? Prométeme que me la dedicarás —dijo con la cara iluminada por aquella sonrisa.

—Por supuesto que te la voy a dedicar —respondí—, te lo prometo. Pero no puedo decirte más, pronto lo sabrás.


Supongo que nunca me importó demasiado. Me importaba su papel en mi historia.

Vacilé antes de hacerlo, tenía serias dudas sobre si retirarían la novela después de conocerse la verdad. Al contrario, las ventas se dispararon. La gente busca entre las páginas un por qué, una explicación. Supongo que leen la dedicatoria que le escribí a Bibi con una mezcla de curiosidad y asco. Devoran mi libro como si así pudieran devorarme a mí.

Nadie me recuerda por ser un mal poeta o buen escritor, mi obra se nutre del morbo.

AG
Andrés Javier García
Miembro desde hace 3 años.

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