«Margarita»

Sus ojos inquisidores se clavan en mis pupilas, tiemblo de cabeza a pies, la sábana que me tapa se estremece conmigo, me mantengo quieta sin pestañear por miedo a que cometa una locura. No me preguntaron si quería nacer, pero a ella tampoco le explicaron lo que le podía suceder en el peor de los casos. Sé que este comienzo va a marcar nuestra relación de por vida, muy a mi pesar. Entiendo cómo se siente, lo complicado que debe ser no me lo puedo llegar a imaginar, pero puedo leer en su rostro que no me quiere. No solo eso, sino también que me odia. En su mente soy la causa de su desequilibrio, de la ruptura con lo que era y ya no es, de todo lo que va a sacrificar durante muchos años y yo nunca agradeceré. Lo ve, lo veo. Nos observamos de manera hostil como quien huele la amenaza. Ella tiene las de ganar ahora mismo, no sé muy bien qué la retiene o frena. Siento un gran malestar en mi vientre, también arriba en mi pecho. Mis pulmones tienen dificultad para respirar y mis manos hace minutos que se encogieron. Los puños están cerrados con tanta fuerza que empiezan a enrojecer. Me tenso, se tensa. No me va a intentar coger, tampoco quiero. Desconfía, desconfío. Todos serán enemigos y odiaremos hasta la muerte porque nunca nos dijeron la verdad, simplemente nos exigieron por tradición, por mantener unas convicciones rígidas que no contemplan el valor de una mujer sin una maternidad de por medio. No la culpo, la compadezco. Mis puños se relajan y sonrío un poco. Ella resopla y se marcha sin ningún gesto de cariño. Una lagrima cae por mi mejilla. No me quiere, no me quiere, no me quiere.