Miedo. María camina insegura por el pasillo mientras decenas de miradas se clavan en ella. “Es la nueva”, susurran. “Menudo caramelito”, se mofan. “Esta no dura ni dos días”, sentencian.
Ansiedad. Animada tras saber que había conseguido una plaza en un colegio de la ciudad, los augurios se habían tornado en oscuros tras conocer que se trataba del centro más conflictivo de la provincia. Lloró durante un rato y se mantuvo despierta durante toda la noche. Sus manos temblaron mientras se abotonaba la blusa y sus labios caían en picado cada vez que intentaba ensayar una sonrisa.
Ruido. Ruge tal marabunta por los pasillos que se siente paralizada. Se obliga a respirar hondo y busca una mirada cómplice que le ayude a sobrellevar el pánico. Los profesores, supuestos compañeros, bajan la vista al suelo, resoplan y mascullan palabras que nunca salen de su boca. “Dios te bendiga”. Sólo unos ojos negros parecen apiadarse de ella y cuando quiero volver a encontrarlos se han perdido tras la esquina que lleva hasta su clase.
Incertidumbre. Intenta tomar aire mientras deja los libros sobre la mesa y se prepara para el gran momento. El ruido es ensordecedor y se ve obligada a forzar la voz para saludarles ¡Buenos días! El gallo nacido de su garganta provoca la risa general y, tras unos segundos de alboroto, todos ocupan su sitio y la observan con malicia.
Ánimo. Antes de decir su nombre repasa todos los gestos. "Me llamo María y seré vuestra profesora de ciencias". Un bolígrafo daña su frente y un insulto daña su orgullo. Antes de salir corriendo vuelve a encontrarse con unos ojos negros que piden auxilio a gritos. Sin saber cómo ni porqué, sabe que acaba de encontrar un motivo para seguir sobreviviendo en aquella jungla de hormigón y almas impías.
Enhorabuena Pablo.
Saludos Insurgentes