Hoy es el día del gran desfile por la ciudad, el último día de festejos antes del entierro de la sardina, mañana miércoles de ceniza. Por primera vez en mi vida me disfrazo para asistir al desfile. Mi atuendo no ha de ser llamativo, algo vulgar que no llame la atención, pero que esconda mi identidad en la muchedumbre. Mi objetivo, claramente, no es disfrutar del carnaval, ni de la fiesta, no estoy para fiestas desde que me fue arrebatado el amor de mi vida. Estoy dispuesta a vengarme, de vengarme de esa persona que me robó el amor, lo que mas quería, la razón de mi vida.
Me deslizo entre la multitud, anónima como el resto, en la calle se oyen los cantos de las charangas, el ruido de las batucadas y el griterío enfervorecido de un público ávido de fiesta. Y ante mi aparece la gran carroza, la gran reina de las fiestas, y también mi objetivo. En su cuello el gran collar, aquel que tanto anhelaba y para el que había estado ahorrando durante años. Pero ella, rica y prepotente, se había hecho con él, justo cuando yo había reunido el dinero justo para comprarlo. Pero no se saldrá con la suya, la dejaré en el más de los absolutos ridículos. Un bote de pintura roja será suficiente para arruinar su día de gloria.
Alguien se debió dar cuenta de mis intenciones y me detuvo, avisando a la reina del carnaval. La cual se bajó de la carroza y me dijo:
—¿Por qué querías hacer tal cosa?
—Me arrebataste ese collar que llevas, te odio por eso.
Ella comenzó a reírse y me dijo:
—Todo esto por un collar absurdo, si tanto lo anhelas, tómalo, te lo regalo.
Giro final ejemplar paisano.
Saludos Insurgentes