Después de un día en el que tuve que sobreponerme a la locura de lo cotidiano, desde la tranquilidad de mi cuarto, me encontré repentinamente en un callejón oscuro, al otro lado de la acera había una tienda donde se exhibían diversos objetos de barro cocido. La imagen me pareció tan monótona y repetitiva como todas las percepciones cotidianas. Un hombre sentado en la puerta de la tienda parecía tan indiferente como yo. Decidí acercar la vista para observar sus rasgos ya que me parecían familiares. De repente, oí pasos subiendo la escalera a mi dormitorio. Al abrir la puerta me encontré con una joven que sonreía de forma impertinente mientras pretendía entrar en la habitación y así formar parte de mi visión. Me apresuré a cerrar la puerta para encontrarme de nuevo en la callejuela oscura con el alfarero que parecía ignorante de mi, pero la joven había visto mi presencia en ese tiempo. Era la primera vez que alguien era consciente de mí en un cruce de tiempos. No entendía qué tenía de peculiar la joven. Sin embargo, había llegado a la conclusión de que existía un parentesco entre la muchacha y el individuo instalado en mi cuarto, sin saber por qué. Miré hacia la ventana con vistas al norte, donde veía las oscuras montañas iluminadas por la luz de la luna creciente para alejar la visión de mi mente. Al volver a mirar, el hombre seguía sentado, esperando vender sus objetos. De repente su mirada ausente se despertó en dirección a la puerta como si estuviera esperando a alguien. ¿Estaría esperando a la joven a la que había cerrado la puerta? Me encontraba en medio de dos realidades sin saber en qué debería quedarme. Podía meterme en la cama y taparme con el edredón hasta que pudiera dormirme o podría quedarme observando al hombre que seguía sentado esperando a que alguien entrara. Una risa femenina y alegre llegó hasta mí, lo que me impulsó a seguir en el delirio. Vi al hombre que seguía sentado, frotándose las manos, como si esperara algo bueno. Finalmente, me decidí a abrir la puerta para dejar pasar a quien fuera que estuviera allí. Al sujetar el picaporte, de repente un grito ahogado me asustó, al abrir la puerta, una mujer cayó al suelo, en el callejón o en mi cuarto, suplicando ayuda, con el pelo enmarañado y pálida como la luz de la luna que entraba por la ventana. La puerta se cerró de golpe. Por un momento, pude ver cómo el rostro del alfarero sonreía con malicia. La luz de la luna lo bañó todo, borrando la visión. Lo último que pude ver fue el cartel que colgaba sobre la tienda con el apellido de mi padre, mi apellido.
El tiempo y las memorias heredadas habían hecho de mi una especie de viajera que no podía controlar el viaje.
Tiempo, espacio, memoria. ¿que puedo yo hacer frente algo tan poderoso si no dejarme llevar?
El párrafo final, resume muy bien el relato.
Saludos Insurgentes