Al asomarme por el ventanal, contemplé la caída de una lluvia torrencial, un eco del estado de mi corazón en estos días. El ritmo de la lluvia se volvía cada vez más intenso y pensé que era el confidente perfecto para un alma destrozada.
Desplegué una sábana blanca en una de las paredes desnudas del salón, creando mi propio lienzo cinematográfico. Amontoné cojines y acomodé mantas en el suelo, erigiendo mi propio oasis de confort. Después, encendí una vela que destilaba una dulce esencia de manzana y canela que envolvía el ambiente y, con destreza, ajusté la posición del proyector, asegurándome de que la luz se proyectara con precisión. Mientras la película se transfería a través de uno de los cables, preparé un café avainillado con caramelo.
A medida que las letras «Lo que el viento se llevó» aparecieron en la pantalla, me sumergí profundamente en la película. Aunque ya la había visto en repetidas ocasiones, percibía cada visionado de maneras diferentes. Había escenas que recordaba completamente diferentes. La escena de la declaración de amor de Rhett a Scarlett resonaba con más desafío que amor. ¿En qué momento dice «Francamente, querida, me importa un bledo»? O la quema de Atlanta, donde pensaba que el caos fue menor, ahora mostraba su verdadero poder destructivo. ¿No pasaba también eso con los recuerdos?
Los sentimientos y las vivencias entrelazadas moldean la realidad y hacen que los recuerdos cambien con el tiempo. Nuestra mente recrea y reinterpreta los recuerdos, alterando la percepción de esos pequeños fragmentos de nuestra vida. ¿Son esos recuerdos completamente verídicos? ¿Ese beso fue tan arrebatador como recordamos? ¿Aquella mirada estuvo dirigida a nosotros o simplemente había sido una coincidencia efímera?
A veces, nos cuesta discernir entre los recuerdos genuinos y los ficticios. Tal vez, necesitamos distorsionarlos para expresar las emociones ocultas que residen en nuestro interior. Pero, ¿qué sucede si, basándonos en esos recuerdos, nos sumergimos en un pasado falso? ¿Y si, sobre los cimientos de nuestros recuerdos, estamos construyendo un futuro incierto?
¿No éramos acaso un intrincado laberinto de memorias y recuerdos? ¿Una maraña enredada de experiencias pasadas y anhelos futuros? Nos empeñamos en desentrañar lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos. ¿Algún día lograremos alcanzar esa comprensión plena de nosotros mismos? ¿Acaso seremos capaces de conocer nuestra verdadera esencia? ¿O simplemente nos engañamos a nosotros mismos, aferrándonos a una imagen superficial que hemos construido? ¿Somos conscientes de las facetas falsas que hemos tejido en nuestra personalidad, al igual que distorsionamos y alteramos nuestros recuerdos?
Quizá, para encontrar las respuestas, debemos afrontar el dolor de los recuerdos más genuinos, aquellos que nos hieren, dejando las heridas en un intenso tono carmesí. O confrontar la vergüenza que nos embarga al recordar ciertos momentos que queremos olvidar. Incluso debemos cuestionar la ilusión de esas primeras experiencias, esa sensación al saborear lo nuevo y lo desconocido.
Quizá, la única solución sea adentrarnos en el laberinto de nuestros recuerdos, siguiendo ese hilo dorado que entrelaza directamente
con la verdad.
El párrafo final es brutal!!
Saludos Insurgentes