«Ser como tú.»

Ir al pueblo de vacaciones es lo más parecido a la felicidad que puedo recordar. Allí aprendí a montar en bici, a jugar al fútbol, conseguí acabar mi álbum de fotos de las Spice Girl, besé al primer chico, y me pegué mi primera borrachera, entre otras miles de anécdotas más.

Allí vivía mi abuela, y allí, de ella, aprendí que podría llegar a ser quien quisiera ser.

Mi abuela siempre quiso estudiar medicina. - ¿Medicina? ¡Eso es de hombres! ¡Estás loca! ¡Dedícate a tu marido y déjate de tonterías! - Eran las frases más bonitas que escuchaba cuando con 18 años y una hija se le ocurría decir que ella no quería la vida que tenía.

Mi abuela, que durante la Guerra Civil había abierto las puertas de su casa para curar a heridos y heridas, que había ayudado a mujeres a dar a luz, y que, incluso, había llegado a operar de peritonitis.

Mi abuela, que había conseguido aprender de medicina (a escondidas, claro) para salvar la vida de la gente de su pueblo, de su gente, no era válida para dedicarse a ello. ¿Por qué? Por llamarse María y ser mujer.

Ella nunca se rindió.

En el año 2000, la Doctora María Martínez falleció, no sin antes dejar una nota que tengo enmarcada en mi consulta:
“Querida Silvia,
Nunca permitas que nadie te diga lo que tienes que hacer. Lucha por tus sueños, y solo así serás feliz.
Te querrá siempre,
Tu abuela”

Ojalá hubiera tenido tiempo para darte las gracias por haber puesto tu granito de arena en la lucha de los derechos de las mujeres. Ojalá vieras que he conseguido ser una cirujana de gran prestigio. Ojalá alguien estuviera tan orgullosa de mí como yo de ti.

Abuela, mi sueño siempre será ser como tú.