Aún pienso en él, en su pelo negro rizado, en su sonrisa que iluminaba este apartamento, en su risa contagiosa o en sus ojos azules que me transmitían la misma calma que mirar al océano.
Sigo sin entender por qué se fue, qué hice mal, que fue lo que lo llevó a cancelarlo todo y dejarme en este apartamento que ahora me parecía inmenso para mí sola.
Todos mis planes se han truncado, ya no va a haber niños correteando por aquí, ya no voy a estar recogiendo sus juguetes mientras corro tras ellos, ya no me voy a sentar en el sofá arropada por sus brazos mientras me acaricia el pelo hasta quedarme dormida.
Y lo peor es que ya no puedo escribir porque no está él. Se llevó consigo toda mi creatividad, mi imaginación. Se llevó aquello que dijo que siempre había amado de mí, mi capacidad para contar historias que emocionan al mundo. Se lo llevó como quien se lleva una pulsera de recuerdo.
Llevo un mes sentándome en esta maldita silla, delante de este estúpido ordenador. Antes amaba este rincón de la casa, era mi favorito y él disfrutaba de verme aquí absorta en mis mundos imaginarios.
¿Qué pensaría al verme con los codos en la mesa sujetando mi cabeza mientras lloro desconsolada?
No sé si lloro más porque él no está o porque siento que me he fallado a mí misma y a todas las personas que me siguen.
Ahí fuera hay muchas personas esperando mi próximo libro y yo estoy aquí con un bloqueo enorme que siento que no se irá si él no vuelve. Me siento una inepta. Siento que no sirvo para nada.
Si ya ni siquiera puedo hacer aquello para lo que nací, aquello que me salía como algo natural, aquello que parecía ser mi don, si ni eso hago bien, ¿qué debo hacer ahora?
¿Tendría que culparlo a él o a mí misma?
Si tan solo pudiera apartar su imagen de mi cabeza, si tan solo pudiera concentrarme en algo más que no fueran los últimos momentos que me hirieron como mil dagas clavándose en mi cuerpo una a una lentamente.
Tal vez si pudiera alejar todos esos pensamientos de mi mente podría escribir.
Tal vez si dejara de vagar por la casa en pijama arrastrando los pies toda despeinada, hecha un despojo humano, con los ojos rojos de tanto llorar y con unas ojeras inmensas que daban la impresión de ser dos agujeros negros bajo mis ojos, solo tal vez podría sentir la llamada de la inspiración.
Dormir tal vez sería una buena opción, en sueños es donde se me han aparecido las mejores historias que he escrito, pero ahora solo sueño con él.
Sueño con el momento en el que cogió mi mano con una sonrisa triste en el rostro, yo sabía que algo no iba bien. Me miró a los ojos, mientras en los suyos las lágrimas amenazaban con escapar iniciando un veloz sendero por sus mejillas, y me dijo que debía irse, ya no estaba enamorado de mí. ¿Cómo pudo acabarse el amor así de rápido?
Sueño con el momento en el que se marchó cargado de cajas de vuelta a casa de sus padres, como su madre me abrazo por última vez con lágrimas en los ojos, como el quiso acercarse para despedirse y yo lo rechacé con la cabeza alta sin derramar ni una lágrima para después, cuando la puerta se cerró, tirarme en el sofá durante horas llorando amargamente.
Mil veces he pensado que hubiera pasado si le hubiera dado el último abrazo, tal vez se hubiera quedado conmigo unos minutos más. Me arrepiento de no haberlo abrazado porque ahora lo necesito, necesito que me estreche entre sus brazos, necesito olerlo, necesito sentir el calor de su cuerpo contra el mío.
Mi hermana decía que llegaría alguien más que despertara ese ángel que tenía para escribir pero yo no estoy segura de ello, nunca he sentido con nadie lo que sentí por mi ex prometido, nunca nadie había despertado esa creatividad dentro de mí. Fueron cinco años en los que no dejaba de crear, no dejaba de publicar, tal vez todo había llegado a su fin. Un fatídico final. Pero la vida es como un libro, en cualquier momento da un giro de 360° y te cambia por completo.
No me gustaba darle la razón a mi madre pero esta vez la tenía. Ella decía que nunca se disfruta al cien por cien con un trabajo, por mucho que te guste termina siendo una obligación y acabas odiándolo por ello.
Para mí escribir no suponía nada, era tan fácil y me hacía tan feliz, sentía que jamás me cansaría de hacerlo. Ahora empezaba a verlo como una obligación frustrante. Tal vez nunca había sido un trabajo real, solo había sido un hobbie más. Tal vez ahora sí es un trabajo. Ya no lo disfrutaba, me sentía frustrada, inservible.
No sé si el bloqueo acabará pronto, o si acabará, sin más.
Solo espero que el dolor pase, que se vaya y vuelva a mi vida la felicidad y con ella mi creatividad.
Ahora estoy en el sofá, sentada con un libro, esperando, por obligación, que llegue la inspiración, sin ganas de continuar esforzándome y sin amor por el que luchar pero con muchas lágrimas que derramar.
