Miro el salón iluminado por varias velas, mientras que el resto del piso está en la penumbra más absoluta. Intento manejar mi ansiedad con las infinitas técnicas que mi terapeuta me ha ido enseñando a lo largo de infinitas terapias para tratar la nictofobia.
De pequeño no podía quedarme en casa de mis compañeros de clase, era vergonzoso que vieran en mi cara los temores que se apoderaban de mí en la oscuridad, y de mayor ninguna pareja supo compartir mis miedos.
Cualquier otra noche ya habría conseguido calmar mi ansiedad y estaría en la cama intentado dormir, pero hoy todo ha sido muy distinto.
Es 14 de julio de 1977, y desde ayer un caos se ha apoderado de la ciudad. Un gran apagón ha puesto a New York patas arriba y los miedos que cada noche lucho por convencerme que son irracionales, ahora son tan reales como mi propia fobia.
A través de la ventana veo como una multitud rabiosa va destrozando todos los locales que encuentran a su paso y se van cargados de utensilios que quizá no necesiten. Otro grupo ha entrado en el bloque de enfrente y escucho gritos que me hacen erizar la piel. Sin duda muchos piensan hacer su agosto robando todo lo que puedan.
Ahora empiezo a entender algo que mi cabeza se negaba a ver. Esto es una amenaza real, gente que puede hacerte daño disfrazados en la oscuridad, perdiendo su miedo a ser reconocidos entre la muchedumbre. Están ahí fuera, nunca estuvieron en la soledad de mi piso.
Veo que uno de ellos mira hacia mi ventana. No lo dudo, voy hacia las velas y las apago. Es curioso, pero por primera vez me siento a salvo en la oscuridad de mi hogar.
Me ha encantado, enhorabuena.
Saludos Insurgentes