Poco sabía en aquel preciso momento, lo que podía cambiar su suerte en unos minutos. Los nazis entraron en la vivienda de sus padres y se llevaron, primero a su padre y sus hermanos mayores y, más tarde a su madre y a ella. En coches diferentes y desconociendo su destino, nunca más volverían a encontrarse. Los subieron a un tren atestado de gente, donde apenas se podía respirar, y la humedad y los nervios inundaban el ambiente.
Algo había oído sobre aquellos viajes sin vuelta, y ellos, judíos alemanes, sabían que no eran admitidos en esa sociedad Aria que promulgaba Hitler.La masacre comenzó en aquel horrible lugar del país polaco; Auschwitz y Birkenau eran conocidos por el genocidio contra el pueblo judío, pero también el gitano.
Hoy, con casi 90 años recién cumplidos, todavía recuerdo el lugar, los trajes de rayas por todas partes, melenas de mujeres y niñas destruidas, y sobre todo, esa lluvia incesante de virutas grises, procedentes de los crematorios.
A mí, por ser niña, se me asignó un trabajo de mañana en lo que llamaban el Canadá, donde las mujeres se encargaban de clasificar toda la ropa procedente de las maletas. Dinero, joyas y otras posesiones valiosas, eran recogidas y guardadas como pequeños premios que utilizarían de intercambio; para conseguir, con un poco de suerte, comida o alimentos.
Mi facilidad para el dibujo me ayudó a aislarme de esa locura. Conseguí, gracias a ellas, unos lápices y papel donde retrataba rostros e historias de aquel lugar maligno.
Hoy, en mi estudio, guardo como si fuera un tesoro imágenes del día a día y un diario, el de Ana Frank, fallecida de tifus, y que juré proteger hasta mi muerte.
Me ha encantado Mencía, enhorabuena.
Saludos Insurgentes