«Miranda»

Miranda se miró al espejo, y este le devolvió la sonrisa.Una corriente de calor, nacida en las profundidades de su estómago, trepó veloz por su garganta. Inundada por un cosquilleo agradable, la descarga se materializó en el estallido rojizo de sus mejillas.Tus cuadros no me dicen nada, están vacíos.Finalmente lo había conseguido. Ella lo había conseguido.Tras años de intentos fallidos Miranda ya podía observar su obra en un museo, junto a cuadros de pintores escandinavos de apellidos esdrújulos, en la sección insulsamente nombrada Nuevos Talentos. Aquello también le divertía.Su relación con la pintura no tenía nada de nuevo, pero iba sobrada de talento.                Mucho egocentrismo. El arte es algo de dos: Artista y Observador. Piensa en tu público.Miranda no pintaba para ellos, pero era cierto que los críticos conformaban una barrera infranqueable en su intento de verse en una exhibición. Y no es que no lo hubiese intentado. Coleccionaba en su mesilla de noche cartas de rechazo de los museos más importantes de la ciudad. Un pedigrí de repudios que componían un currículum invisible.Ella era la campeona de los fracasos.No nos entiendes. Tu diálogo no nos llega. Pero todo había cambiado. Algunos dirían que se habría vendido, que había dejado su estilo en la puerta del museo y que había perdido una inestimable integridad artística.                Te falta estilo. Provocación. Queremos vernos en tu obra.Miranda reía, y el espejo con ella. Esos algunos no tenían cuadros en ningún lado.-¿La artista?El intelectual de turno, ataviado con un jersey de cuello alto negro y gafas de pasta, se apareció a su lado.Miranda asintió con la cabeza, escondiendo el orgullo que el calificativo le avivaba.La artista se echó a un lado, y el intelectual ocupó su lugar.-Sublime.