En más de una ocasión, he recordado sus clases, sus enseñanzas y su forma de ver la vida. Hoy, me gustaría que este relato sirviera de homenaje a esa persona que me hizo disfrutar, sentir y amar las matemáticas como nadie lo ha hecho jamás.
Carolina no era una profesora al uso. Tenía una pasión especial por dos materias, tan opuestas entre sí, como lo eran las Matemáticas y la Educación Física, aunque su amor por la primera destacaba por encima de todo.
Cada mañana, nada más llegar a clase, emulando cierto programa televisivo, escribía media docena de números aleatorios en la pizarra y nos retaba a aproximarnos, lo máximo posible, a un valor objetivo. Que nadie piense que el ejercicio era sencillo. Teníamos apenas diez años y poco tiempo para pensar. Para más inri, el ejercicio no estaba preparado y no resultaba sencillo alcanzar la cifra exacta. De hecho, ella era una participante más del desafío. Una vez terminado el tiempo, el alumno que más se hubiera aproximado al valor requerido, mostraba a los demás cómo había llegado hasta él. Ella, desde su mesa, disfrutaba y sonreía con cada acierto de sus alumnos, sabedora del éxito de su reto.
Pocos recuerdos mejores puedo guardar de aquel año. Mediante un juego simple y divertido, Carolina nos motivó desde el primer día, nos enseñó a ser competitivos, a luchar y no rendirnos, a superarnos, a aprender de los demás y, en definitiva, a amar los números como solo ella los amaba.
Han pasado ya más de veinte años de aquel curso pero, si tuviera la posibilidad de volver a él, lo haría sin dudarlo ni un segundo y si, por algún motivo, la vida me llevará, algún día, a ser maestro, sin ninguna duda, ese juego estaría siempre en mi programación.
Enhorabuena
Saludos Insurgentes