Y de repente, casi sin haberme dado cuenta, ha pasado otro día, la noche me ha sorprendido y la oscuridad ha invadido las calles. Miro por la ventana y compruebo que la ciudad se ha quedado vacía. Tan solo se oye el ruido de algún coche que pasa por la carretera, un ruido lejano que poco a poco se desvanece, hasta que se vuelve a hacer el silencio total. Esta noche ni tan siquiera se escucha a los pájaros trinar, tan solo el clamor de las chicharras que auguraban otra noche de insoportable calor. Aún el sueño no se ha apoderado de mí, es el momento de salir de mi casa y recorrer las calles silenciosas, sin tener que ver a otros seres humanos, sin dar explicaciones, alejado de la perniciosa curiosidad de los vecinos.
Una camiseta de tirantes, un pantalón corto y unas zapatillas, serán suficientes para salir, nadie me juzgaría por mi vestimenta. Tampoco me hará falta el móvil, al fin y al cabo, hace meses que nadie me escribe, que nadie me llama, la verdad es que hay días que ni tan siquiera lo enciendo.
Cuando piso el asfalto, una extraña sensación recorre mi cuerpo, no recuerdo la última vez que lo hice y me siento como un extraño en mi ciudad, la que me vio crecer y ahora no me quiere ver morir, ahora se me antoja extraña y ausente. Paseo por los lugares que antaño frecuentaba, la panadería que hacía aquellos dulces tan deliciosos, el bar donde mi padre se tomaba sus vinos, al que siempre le acompañaba cuando no era mas que un niño, la peluquería a la que acudía cada semana e incluso la discoteca en la que conocí a mi primer amor y que ahora es un Mercadona. Ahora todo me parece tan lejano, tan ajeno, como si todo ello perteneciera a una vida pasada, una vida que fue la mía, pero de la que solo guardo vagos recuerdos.
Camino un par de kilómetros, quizás, hasta llegar a un parque. Un lugar del que guardaba algún recuerdo, pero que ahora me parece desconocido. Recorro la gran avenida del parque, el silencio había invadido un lugar en el que de día debían retumbar las risas de los niños, los ladridos de los perros o el cuchicheo de las madres sentadas en un banco. Aunque también el grito de soledad de los ancianos que esperaban plácidamente sentados en un banco, la llegada del último día de su vida.
Me adentro en uno de los senderos, aquellos que te llevan a lugares mas secretos y apartados, en lo que los amantes dan rienda suelta a su amor clandestino, un amor que aún no quieren mostrar al mundo. De pronto el silencio sepulcral es roto, oigo unos pasos tras de mí, miro atrás y no veo nada, la oscuridad es absoluta. No le doy mas importancia y sigo mi camino, hasta que vuelvo a escuchar los pasos. Pensé que no sería más que un alma solitaria como la mía y sigo con mi paseo, pero escucho los pasos de nuevo, esta vez mas acelerados. Algo me impulsa a pararme en lugar de acelerar mi paso, por primera vez siento miedo, un miedo que me atenaza y me impide seguir mi camino. Parado, en mitad del sendero, sin poder caminar hacia adelante, sin poder retroceder, siento en mi cuello un aliento, un profundo y perturbador aliento helador. Mi cabeza se resiste a mirar atrás, pero mi instinto hace que lentamente la gire y compruebo que tras de mi no hay nadie, absolutamente nadie, mi cuerpo es recorrido por un escalofrío que heló mi sangre y mi alma.
Siento que la muerte se había acercado a mí, se pegó a mis huesos, pero no es mi día, no es la hora de partir. La muerte solo quiere advertirme que cualquier día, cualquier momento, volverá a por mi y ya no tendré escapatoria.
Comienzo a correr, a correr todo lo deprisa que puedo, en la oscuridad, sin mirar atrás, deshaciendo el camino y llegando de nuevo a mi casa.
Hoy es más tarde de lo normal cuando me despierto, la noche ha sido sofocante y no he dormido demasiado bien. Pero el sonido del teléfono me ha hecho despertar y levantarme rápidamente. Es mi editor:
—Buenos días, Álvaro. Espero que estés trabajando en la novela, te recuerdo que tan solo te quedan siete días para entregarla. Por cierto, aún no me has dicho de que va este nuevo libro, tus lectores están ansiosos. Dejaste muy alto listón con tu último libro sobre vampiros.
Con la voz aún dormida, le contesto:
—Tranquilo Felipe, tendrás la novela en tu mesa el próximo lunes. Ah y el tema de este libro es “la muerte”.
—¿Así, sin más?
—Así, sin más.