Érase una vez un escritor loco de amor, que se dejó embriagar de sueños, y murió de la cruda resaca de la realidad…
Damas y caballeros, para que comprendan mi gran pesar les narraré mi historia…
Una suave primavera avisaba de la inminente llegada de días más cálidos, los cerezos lucían sus bellas flores, y los pajarillos animaban el lugar con sus cantos; paseando entre los frondosos árboles, mis pupilas no pudieron ignorar la presencia de aquella mujer de vestido rojo y cabello azabache…
Pensando que, aquel encuentro sería una mera casualidad que jamás se volvería a repetir, decidí convertirla en la musa de mi gran novela; ella sería la inalcanzable protagonista, quien, con gran valía, sería la heroína de su propia historia…
Al día siguiente, la tarde despertó lluviosa, pero, aun así, decidí dar mi paseo diario; y, para mi sorpresa, ahí estaba ella, con su bella figura… Tal era la hipnosis que su perfume causaba en mí, que quedé un buen rato absorto en su mirada, y, pensé: “¿Cuántos navíos habrán naufragado en la perfecta curva de su sonrisa?”
[¡Mi paraguas!] -Gritó la joven tras una fuerte ráfaga de viento.
De forma casi automática, me abalancé para recogerlo, y así, poder devolvérselo; cuando se lo entregué, su gesto estaba cargado de gran dulzura.
[Gracias…] -Sus mejillas se sonrosaron.- [Me llamo Galia…]
Tan impresionado por el hermoso timbre de su voz quedé, que no pude articular palabra alguna; simplemente, me dediqué a observar cómo se marchaba, contoneando sus caderas al son de la suave brisa.
Al volver a mi morada, raudo y veloz continué la historia; esta vez, por fin pude poner nombre a la protagonista de mi relato…
Cada día, acudía al paseo a la misma hora para lograr verla; y allí estaba ella, siempre reluciente como la más imponente estrella…
Siempre trataba de cruzar un par de palabras con ella, pero quedaba inmóvil ante su presencia, y, tan sólo, era capaz de alzar la mano, girándola levemente para saludar; ante tal actuación, ella siempre reía, divertida, devolviendo el gesto con gentileza.
Por fin, aquella mañana, me desperté con la certeza de que, aquel día, sería el indicado para, por fin, tratar de acercarme a Galia, y, así, darle una oportunidad a este loco personaje secundario enamorado de la gran protagonista…
Vestí mis mejores galas, usé una olorosa fragancia, y peiné mi cabello… Todo estaba listo para causar la mejor de las impresiones, así que, decidido, fui a encontrarme con ella; esta vez sería la correcta, tenía un buen presentimiento, pero… Gran fue mi error…
Cuando la vi, ostentaba la compañía de un galante muchacho que le otorgaba un hermoso ramo de flores; ella, con gran alegría, lo aceptaba, y, en agradecimiento, besaba su mejilla.
Al presenciar esa escena, pude escuchar un doloroso crujido en mi interior; pero, cuando observé que se marchaban, cogidos de la mano… En ese preciso instante… Supe que, mi alma, se había partido en dos…
Traté de continuar mi obra, aun inspirándome en su recuerdo; pero, todos mis esfuerzos eran en vano… Pues, su protagonista, ya había encontrado con quién escribir su historia…
Ahora, aquí me tienen… Buscando en cada cantina respuestas en botellas vacías…
Un ente desalmado que deambula de manera autómata, torturándose una y otra vez por haber perdido su gran historia…
Un cobarde que, por miedo a que le hiciesen daño… Terminó haciéndose daño con tanto miedo…
Un escritor que, por necio, perdió su final feliz…