«Nada que perder»

Un corro se había formado en torno a una mesa en el bar. Me acerqué a curiosear y había un hombre con aire misterioso dispuesto a darle cien euros a quien lo retara y venciera en una partida de ajedrez. Mis amigos me eligieron a mí, el mayor friki de juegos de mesa del grupo, para retarlo (sin preguntarme, por supuesto). De todas formas, no tenía nada que perder, y con mi novia al lado y mis colegas animando no me podía negar.

Inicié la partido yendo a lo seguro, moviendo únicamente mis peones blancos hacia delante, mientras que él adelantó sus caballos sin dudarlo. Se notaba quién era el aficionado y quien el que estaba dispuesto a jugarse cien euros. En la siguiente jugada me descuidé y mató a uno de mis alfiles con uno de los suyos.

Y los ánimos de mis amigos se iban desvaneciendo.

Logré sacar a mis caballos yo también y conseguí matar a algún peón de los suyos. Cada vez que estaba en posición de matar a una de sus piezas clave, movía otras suyas para dejarme expuesto , así que jugué a la defensiva protegiendo las piezas de atrás. Craso error; los caballos que había adelantado unos turnos antes terminaron cayendo.

Y los ánimos de mis amigos se iban desvaneciendo.

Su reina había causado estragos; solo me quedaba una torre, un alfil y mi reina. Sacrifiqué a esta última para acabar con la suya, pensando que merecía la pena.

Y el calor de mi novia a mi lado se desvaneció.

Me rendí, ya no había manera de ganar. Terminé moviendo piezas hacia delante y cayeron una a una. Cuando me tuvo en jaque todo se volvió negro a mi alrededor, y cayó mi rey.

No tenía nada que perder, hasta que me desvanecí.