🔓 Escribe una historia disparatada de un robo en un museo
Sentado en un taburete cojo, contemplo a la mujer que me observa desde el lienzo. Me mira y se ríe, como tantas antes que ella. A pesar de la descortesía, la encuentro hermosa. Aunque la verdad es que yo no sé nada de arte. No es que carezca de talento y sensibilidad, pero reservo esas y otras muchas capacidades para mi trabajo como maestro del crimen. No obstante, debo ser justo y compartir la gloria de este éxito en particular con mi amiga Nicoletta Musashi, sin cuya colaboración no habría sido posible llevar el golpe a buen término. Nicoletta posee los tres requisitos que precisaba mi plan: una sonrisa enigmática, katana propia y tiempo libre. Cuando me cité con ella en un céntrico café para ofrecerle el trabajo, la euforia hizo presa de mí al descubrir que su delgadez característica se había acentuado. «Me he hecho vegana», me dijo, «y he abrazado la bidimensionalidad». ¡Fantástico!, no podía pedir más.Durante las dos semanas posteriores, Nicoletta ensayó técnicas de mimo y sombras chinescas hasta la extenuación. El resto fue fácil. Oculté a mi cómplice en la vaina de la katana y esperé a que cerrara el museo escondido en la siempre desierta biblioteca, en la segunda planta del edificio. Cortar la silueta del cuadro con la katana fue más laborioso que difícil. Me costó más adherir a Nicoletta sin salirme del contorno del corte porque los ajustes finales le hacían cosquillas. Tras completar el proceso, me despedí del vigilante y abandoné el lugar como cualquier turista samurái sin levantar sospechas.Y Ahora me froto las manos sabedor de que este robo me permitirá vivir a cuerpo de rey durante un par de años. Reservaré parte del dinero para financiar mi próximo plan: el rescate de Nicoletta.