«No es ninguna broma»

¡La loca, que viene la loca! Esto lo gritaba Nacho, que estaba en la puerta mirando hacia el pasillo vigilando por si venía alguien. Siendo ¨alguien¨ un adulto, claro. Mientras, sus compañeros hacían cualquier cosa menos lo que se supone que se debería hacer en un aula según los adultos.
Poco pareció importarles el hecho de que una de sus profesoras se acercase. Porque era ¨la loca¨, entonces la fiesta podría continuar. Aún así, se callaron y, sin poder aguantarse la risa, cada uno se sentó en su pupitre. La profesora entró, miró alrededor e intentó forzar una sonrisa. Pero no pudo. Lo intenta cada día, podría jurarlo sobre la tumba de su madre. Pero no, es imposible, no con este grupo al menos. Así que dirigió sus pasos hacia su mesa, dejó el maletín sobre la silla y, directamente, dio la espalda a los alumnos, que comenzaban a tirarse cosas y a murmurar cada vez más alto. Cogió la tiza y, mirando la pizarra, pensaba en lo harta que estaba ya de todo. No solo de soportar esa sensación de angustia y pánico que le surcaba el alma desde que se despierta cada día, sino, y sobre todo, de la incomprensión que sentía de prácticamente todo el mundo alrededor.
¨Pero qué hace ahí pasmada, ahora¨, oyó. Risas.
Se dio la vuelta, tiró la tiza con todas sus fuerzas hacia la esquina en la otra punta del aula y, mientras los alumnos giraban sus cabezas para mirar el resultado, desapareció. Ninguno se dio cuenta de lo que había pasado hasta que notaron que, de repente, entraba algo de frío por la ventana.
No se atrevieron a hacer ninguna broma hasta el día siguiente.