«No todo se paga con dinero.»

Un día cualquiera todo cambió para siempre.
Bueno, todo no. Sus dos tesoros, sin saberlo, serían el motor que la impulsarían para salir de ese pozo.
Encendió un cigarro, cuando las niñas se fueron a dormir y empezó a organizar el mes. No es que estuviesen excesivamente mal de dinero, pero tampoco era una situación para tirar cohetes, y menos desde que el padre de las niñas decidió desentenderse completamente de ellas.
Al principio las preguntas sobre cuándo iban a ver a papá o si papá se acordaría de llamar por sus cumpleaños eran frecuentes, ahora con el paso del tiempo, cuando no recuerdan ni su cara, no son capaces de llamarle por esas cuatro letras.
Las niñas cada vez más mayores, empiezan a depender cada vez menos de su madre, hacen sus planes sin contar con ella. Gritan desde la puerta que se van y la duda que le asalta a su madre es que cuándo volverán.
La soledad se apodera de ella, el sofá la recibe cálido y se pierde en sus pensamientos. En si lo habrá hecho bien, en si ha educado a sus hijas para que sean lo suficientemente fuertes, responsables y autónomas. Quiere creer que sí, sin embargo mientras se queda dormida en el sofá no puede evitar pensar que ojalá no hubieran crecido tan rápido, que ojalá pasasen más tiempo juntas y, sobre todo, piensa si ellas sabrán, aunque no lo digan, todo lo que ha tenido que hacer y sacrificar para que sus dos tesoros más preciados sean lo que son a día de hoy.
Espera que sí.
Espera que sigan creciendo (aunque más despacio) y que puedan demostrar que no han necesitado a ningún padre para ser felices.