«Nochebuena»
—Sí, ahora después... si todavía no nos vamos... —contesté.
—¡Nos vamos ya mismo!
No tenía ninguna gana de moverme del sofá, no sé a donde íbamos si los tres estábamos con gripe...
Pero mi madre dijo que así la abuela no cenaría sola y cedí. El tío Mauricio vivía con la abuela, pero no estaba. Al parecer estaría por ahí de juerga, la abuela dijo que llevaba varios días fuera, no había aparecido por casa ni para dormir. Cuando salió de la cárcel estuvo un tiempo más centrado, pero al parecer había vuelto a las andadas.
Bueno, a pesar de mi resfriado y poca gana de salir de casa, al menos cenaríamos los cuatro tranquilos, los demás tenían previsto ir a casa de la abuela en nochevieja. Menudo caos sería todos allí metidos en el piso... ¡Qué coñazo!
Aunque eso de tranquilo en mi familia es un decir... Aunque solo estuviéramos yo, mis padres y mi abuela.
Porque mis padres siempre están gritando, alterados y discutiendo por cualquier chorrada, y la abuela otra qué tal baila. Por no hablar de como le gustaba tocar los huevos haciendo las mismas preguntas siempre: "¿No trabajas?", "¿No tienes novia?", "¿cuántos años tienes ya?", "entonces, el que estaba trabajando era tu primo, ¿no?"
No es que sean malas personas, ni nos llevamos mal en el fondo, pero podría decirse que mi familia es un tanto tóxica.
Bobby e India correteaban de un lado a otro cuando llegamos a casa de la abuela, en las escaleras retumbaban la música de los vecinos y un olor repugnante a gamba cocida impregnaba todo el bloque. Los pobres perros estaban aterrorizados por el sonido de los petardos que venían de fuera. Mamá comenzó a gritar y a discutir porque quería encerrar a los perros en la terraza para que no molestaran, pero al final los dejó estar. No eran demasiado molestos, excepto cuando empezaban a echársete encima para que los acaricies muy seguido. O cuando estábamos en la mesa, la India se echaba encima cuando oía un petardo. Por lo general estaban tranquilos, se ponían nerviosos cuando el ruido de los petardos les perturbaban.
Por un momento aquello parecía una casa de locos, entre la música de los vecinos, la tele a todo volumen (porque si no no se oía nada), los perros golpeando la ventana de aluminio de la terraza con las patas para finalmente abrirla. Y mi padre discutiendo con mi madre para que se sentara en la mesa. Mi madre quería hacer unas patatas para acompañar el pollo y mi padre insistía en que lo dejara. Mi abuela insistía en que yo comiera algo de los entrantes, pero yo me negaba.
Mi abuela se quedó observándome un rato.
—¿Qué pasa? —contesté sonriendo.
—Antonio, entonces... ¿No te has echado novia ya?
—Qué pesada, abuela...
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Un relato muy original y lleno de ironía.
Saludos Insurgentes
Muy buen relato.