Ambas juramos venganza por todo el daño que nos hicieron, pero lo hacemos de forma distinta. Ella usa la violencia, yo la escribo.
No sé hasta qué punto es más ético mi método que el de mi protagonista. Al fin y al cabo, solo soy una cobarde que no se atreve y se desahoga a través de un personaje. Soy la autora intelectual de esos delitos. Tenemos la misma sangre en las manos.
Cuando salgo de casa, miro las calles desde dos puntos de vista distintos: con indiferencia a lo cotidiano, como alguien normal, como yo; y con precaución ante las miradas indiscretas, como alguien con miedo a ser descubierto, como mi protagonista.
Mi hermana me pregunta qué hice anoche.
"Maté a un hombre", pienso automáticamente. Pero ella no puede enterarse, se convertiría en cómplice también. "¿Por qué quieres saberlo?", le pregunto inquisitiva. Ella se pone a la defensiva y terminamos dejando de hablar. Termino dejando de hablar con todos mis amigos y mi familia. Por lo menos no tengo compañeros de trabajo de los que cuidarme también.
Pero el gato... Mi gato me mira, me juzga. Él también conoce mi secreto. Tengo miedo. Él también lo desvelará, como hizo el gato de mi protagonista.
Pero no hay ningún cadáver que encontrar en mi sótano.
¿Verdad?
