«O eso creía yo»

«Ahora son las... ocho. Bueno, salteo unos champiñones, pongo en el horno, a doscientos, la lubina a la sal cuarenta minutos  y la cena la tengo en un santiamén...»

O eso creía yo.
Esperaba a mi tocayo y también pareja. Las noticias advertían de un posible apagón. Yo, escéptico. Nos compenetrábamos bastante, mejor de lo que parecía pero, en este aspecto, digamos que salíamos tarifando.

Las ocho y media. La lubina ya en el horno cuando me di cuenta del porcentaje de batería del móvil; en treinta segundos me daría las buenas noches hasta nueva carga cuando lo que me tomaba a guasa se hizo realidad: oscuridad total.

A tientas, cogí mi Clipper de uno de los cajones de la isla. La lubina, in albis. Con suerte pude saltear los champiñones. Me asomé a la ventana; la calle también negra... El puñetero apagón se había presentado como una bofetada y, encima, caí de bruces al resbalar con algo gelatinoso. Erguido, se me encendieron las luces de emergencia: velas y con fragancia a sándalo; las tenía guardadadas. En cuanto a la cena, las conservas estaban para algo. A los champiñones, aún calientes, les agregué lo que mi olfato identificó como mejillones en escabeche y otras latas. ¿Resultado? Mi cobaya lo degustaría.

Y.. ¡Milagro! No, no volvió la electricidad:

—¡Hola, cariño! ¿Qué te dije? Y mira. Yo tiré de los faros del coche y al bendito GPS.
—Pues sí... El GPS... Pero ya ves, esto se ha convertido en una especie de Scape Room a lo bestia, pero no te escaparás de lo que te tengo preparado, aunque no cuentes con la lubina que te prometí...
—Ay, Mario... ¿Ves cómo el apagón no era un farol?
—¡Ja! Pero, ¿sabes algo? Creo que podemos empezar... ¿por el vino?
—Lo que creo que viene es que nos sobran las velas.