“…el inspector López apuntó con la pistola al secuestrador de la chica y…”
En ese momento el sonido del teclado se detuvo. “¿Y?, buena pregunta Saúl.” Se dijo el joven escritor que se había reclinado sobre la silla y había subido los brazos para apoyarlos tras el reposacabezas de esta. ¡Agh! Si no fuera porque Cristina necesita que le envíe algo ya, hubiera borrado todo lo que lleva escrito y lo hubiera rehecho entero. Pero ya no tenía tiempo.
A Saúl nunca le ha servido nada de lo que ha hecho en su vida, para él nada está lo suficientemente bien. Ya se encargó de dejárselo claro su ex, antes de salir por la puerta y no aparecer nunca más. Es incapaz de conformarse con nada: a lo que cocina siempre le falta algo, lo que escribe nunca es lo bueno que debería… y así con todo.
Su debate interno sobre si seguir escribiendo o no, fue interrumpido por el sonido estridente del telefonillo. Genial, más distracciones. Se levantó de la silla y al acercarse a la pantallita en blanco y negro descolgó el teléfono.
“¿Qué haces aquí Lucía?” Al parecer su hermana mayor había decidido pasar a molestarlo un rato.
“Vengo a traerte comida, cuando vine la semana pasada a verte tenías la nevera medio vacía. Y no sé por qué me da en la nariz que ahora está vacía entera.” Saúl se lo pensó un momento, y luego le dio al botón de abrir con un resoplido de resignación. Después abrió la puerta de su piso y colocó el felpudo estratégicamente para que no se cerrara, mientras se sentaba en el sofá a esperar a su hermana. Desde ahí pudo escuchar el sonido de la puerta del ascensor abriéndose y después el de su hermana colocando el felpudo. “La gente normal recibe a las visitas en la puerta ¿sabes?” Dijo Lucía mientras cerraba la puerta suavemente. “No creo que a la gente le guste colocar el felpudo en su sitio cada vez que viene a verte.” Saúl no dijo nada y su hermana lo miró. Soltó un suspiro mientras dejaba la bolsa con táperes encima de la mesita de café que había entre el sofá y la televisión. Y se sentó al lado de su hermano. “¿Cuánto llevas sin comer?” Preguntó ella a sabiendas de que la respuesta no le iba a gustar.
“Desde ayer por la mañana.” Afirmó Saúl mirando al techo. “Creo.” Añadió tras unos segundos.
“Sabes que eso no es sano.” Le reprochó ella.
“Sabes cómo me pongo cuando escribo.” Le replicó él.
“Te pones así con cualquier cosa desde que te conozco.” le respondió Lucía sentándose en el sofá. “Escucha Saúl, ¿Qué te pasa?” Su hermano pequeño se quedó en silencio sin saber que responder a esa pregunta, su ex se la había hecho muchas veces. Incluso él mismo se la había hecho muchas veces. Y para variar, ninguna de las respuestas que encontraba le servía.
“Quiero que el libro salga perfecto, sólo eso.” Respondió.
“El libro está perfecto, he hablado con Cristina y dice que todo lo que estás escribiendo es genial. Yo misma pienso que el libro va genial.” Dijo en un intento de animar a su hermano, no era la primera vez que tenían esta conversación.
“Cristina es mi editora, y tú además de ser mi representante eres mi hermana.” Le respondió él cabreado.
“¿Qué quieres decir con eso?” Inquirió su hermana en el mismo tono.
“Que no sois objetivas conmigo.” Tras decir esto, el silencio inundó la habitación por unos segundos. Lucía miraba a su hermano intentando averiguar que decir a continuación.
“Saúl créeme que como hermana mayor disfrutaría muchísimo diciéndote que tu libro es una mierda. Pero no puedo, porque no es así." El escritor resopló para mirar a su hermana. “¿Por qué te cuestionas todo lo que haces?”
“¡Porque no quiero fracasar! ¿No te das cuenta?” Gritó Saúl “Toda mi vida he estado sometido a la presión de no fracasar. Mamá es una neurocirujana reconocida, papá es médico del equipo de fútbol nacional, tú eres abogada…” Tras decir esto miró a su hermana y suspiró. “Yo soy escritor, para mamá eso nunca ha sido suficiente. Está literalmente esperando a que dé un paso en falso para recordarme que debería haber acabado medicina.” Añadió en un tono más calmado pero no menos angustiado. Las lágrimas de impotencia son difíciles de contener, y él llevaba ya mucho tiempo conteniendo las suyas. Su hermana lo abrazó.
“Saúl, mamá puede decir misa.” Le dijo sin soltar su abrazo. “Eres un buen escritor, a mucha gente le encantan tus libros. Tú no has fracasado, ¿Me oyes? Y no te preocupes por si un libro va a ir bien o no, el siguiente será mejor. Yo estudié derecho porque era lo que me gustaba, mamá siempre quiso que yo estudiara medicina. ¿Te imaginas? Yo en ciencias” soltó una carcajada y su hermano sonrió, Lucía siempre había odiado las ciencias para disgusto de su madre.
“No me gusta el fracaso.” Susurró.
“El fracaso es una parte de la vida que todos tenemos que pasar para poder mejorar Saúl. Deja de atormentarte por lo que dirá Cristina, mamá, tus lectores… Escribe como sabes, y te aseguro que no fracasarás. Y en el hipotético caso de que lo hagas, que les den. A todos.” Tras esto su hermana se levantó y empezó a sacar táperes de la bolsa para ponerlos encima de la mesa “Ahora come anda. ¿Qué te apetece? ¿Croquetas? ¿Albóndigas?”
“¿Hay lentejas?” Preguntó su hermano.
“¿Pues claro que hay lentejas por qué clase de monstruo me tomas?” Sacó el último táper que quedaba. “Si no, hubiera sido un fracaso.”