Van agarrados de la mano entre la multitud. Paolo lleva un disfraz de arlequín y Giovanna viste una enorme capa de terciopelo negro con ribetes rojos, un sombrero tricornio y una amplia máscara de Bauta. Él aprieta con firmeza la mano de su novia.
—No nos soltemos. Perderse es muy fácil —dice él con temor, aunque los ojos rezuman advertencia.
La joven no dice nada. La fuerza de la mano parece dejarla sin aire que respirar. Lleva tiempo con ganas de gritar, de parar, de vivir. Y este día lo va a hacer. Siente el fuego de la rebeldía a punto de prender. Para ello cuenta con la ayuda de una amiga, desconocida para Paolo. En el punto convenido ella se tropezará, él saldrá trastabillado y Giovanna tirará de la mano para desaparecer al instante.
Así sucede.
En un callejón, con nerviosa rapidez se quita la capa, el sombrero y la máscara. Debajo lleva el disfraz típico de Colombina: casaca roja, corpiño y delantal blancos y una falda azul, aunque sin el vuelo protocolario. Sobre la piel, un maquillaje artístico con formas geométricas oculta su identidad.
—Y ahora a recuperar el tiempo —le aconseja la amiga mientras se abrazan.
—Es una pena que no me puedas acompañar.
—Yo tengo que controlar la localización de vosotros dos desde el móvil. Si se acerca a veinte metros te aviso por el pinganillo.
Tras despedirse echa a andar sin rumbo, abierta a lo desconocido. Mientras camina entre la animosa humanidad se le van cayendo expectativas, juicios, compromisos, inercias y el olor a habitación cerrada. Su espalda parece recuperar la verticalidad olvidada, en el pecho ya no siente opresión y, aunque a regañadientes, sus labios (que no saben todavía qué está pasando) empiezan a dibujar una forma relajada, amplia y jovial.
¡Empieza la fiesta!
Ojalá sea feliz.
Lleva tu sello sin duda, compañero.
Saludos Insurgentes.