«Os lo dije»

Esto no ha sido un accidente. Dicen que una avioneta se ha estrellado contra la torre norte, pero que la torre sur está a salvo y no es necesario evacuar. La gente parece tomárselo con una mezcla de susto, incredulidad y algo de humor para sobrellevar la situación. ¿Qué probabilidades hay de que una avioneta choque accidentalmente contra una torre? Pocas. ¿Y de que suceda lo mismo en la otra torre? Si creemos lo del accidente, las probabilidades son ínfimas. Pero yo soy más de ponerme en el peor de los escenarios, siempre lo he hecho. Soy de esos que, cuando van en avión, saben que se va a estrellar, aunque hasta el momento la realidad siempre ha demostrado que me equivocaba.
Nadie parece entrar en pánico, pero es difícil volver al trabajo como si nada. Yo sí tengo pánico, lo llevo por dentro. Tantos años de ansiedad, hipocondría y paranoia me han enseñado a disimular. La gente charla en grupo, yo no digo nada. Tampoco escucho, aunque parezca que sí lo hago. Mi mente sigue imaginando todos los escenarios posibles y cómo afrontarlos. Me inventaré una excusa: iré a por café, aunque no pienso volver. Ya escribiré diciendo que han llamado del colegio de mi hijo y he tenido que marchar. Mientras pienso la estrategia, no puedo dejar de mirar un punto en el horizonte que se hace cada vez más grande. Podría salir corriendo al grito de “sálvese quien pueda”. Pero si algo me da más miedo que una catástrofe, es reaccionar como si fuera a suceder y que al final no pase nada. Me doy la vuelta, que sea lo que Dios quiera. A los pocos segundos empiezan los gritos y el sonido del avión alcanza un volumen ensordecedor. Mis últimas palabras: “Os lo dije”.