A la tercera semana de clases los profesores ya habían dado por perdido el año para el tercero C. No disimulaban sus expectativas.
«No vale la pena esforzarnos, no aprenderán nada.»
A aquellos jóvenes no les sorprendía ese trato, y jamás reconocerían cuanto les dolía.
Aquel viernes, estaban particularmente ruidosos y distraídos. Rafaela, la profesora de filosofía, esperó 10 largos minutos a que hicieran silencio. Cuando tuvo su atención dijo:
—Me he cansado de que todos mis colegas digan que esta asignatura no tiene sentido, que no hay nada que aprender aquí, que no vale la pena. Así que, desde este momento, todos aprueban el curso sin más.
Algunos estudiantes festejaban, otros preguntaban indignados, todos dudaban que fuera cierto.
—Pero, siempre hay un pero, necesito justificar mi sueldo. Así que seguiremos viniendo los viernes. ¿Están todos de acuerdo?
Aquella pregunta desató una dinámica sin precedentes en el salón. Se podría haber extinguido entre gritos desordenados, pero Rafaela supo guiarlos hacia un debate organizado que duró cinco viernes. Los chicos, casi sin darse cuenta, se encontraron leyendo y escribiendo para preparar el debate. Trabajaron en equipo, expusieron sus sentires, discutieron y fueron respetuosamente escuchados.
Varios puntos de vista se expusieron, argumentaron y contrapusieron: filosofía en la currícula, aprobar sin estudiar, personas que desvalorizan lo desconocido, mentira colectiva, entre otros.
Al sexto viernes, Rafaela encontró que los muchachos y muchachas habían organizado los bancos en ronda. Se sentó en un lugar cualquiera sin decir nada. Una chica dijo
—Bueno, lo que hablamos, yo llevo la lista de oradores y, bueno, a respetar el turno de cada uno.
Ese día elaboraron una lista de temas para discutir los viernes. Y ese año, con la guía de Rafaela, trabajaron temas de filosofía, y de otras asignaturas, a través de sus preocupaciones más profundas.
Muy bueno Lucía.
Saludos Insurgentes