Otro día más. Noto vértigo y me siento decepcionada. Conmigo misma y con el mundo en sí también. Sentada enfrente de mi ordenador, viendo las pocas palabras que llevo escritas, empiezo a sacudir la cabeza. El miedo me consume, cada día. La desesperación por intentar ser mejor en lo que hago y tener la sensación de que no lo consigo. La noto constantemente, y me carcome por dentro consumiéndome poco a poco.
Releo el párrafo que escribí hace unos días, e intento encontrar algún modo de continuar. Noto cómo cada vez me resulta más difícil proseguir con mi novela, y todo lo que escribo lo borro segundos después. No es lo suficientemente bueno, y dudo que nada de lo que escriba lo sea. Conseguir la fama en el mundo literario es algo muy complicado, y soy bien consciente de ello. Con solamente mi primer libro publicado, debo finalizar esta duología empezada, pero me faltan ideas y optimismo. Siento que escribir para uno mismo es algo que resulta bastante sencillo, y que no requiere de tanto esfuerzo ni planificación. Escribir cuando uno se siente alegre e inspirado o bien triste, utilizando esta actividad como terapéutica, siempre resulta positivo. Pero escribir para los demás, eso es complicado. La gente es muy exigente y tiene gustos muy diversos. Incluso escritores famosos han resultado tener obras que han sido básicamente una gran decepción entre el público, y eso es algo que me aterra. Tener el listón alto nunca resulta nada sencillo, aunque bien sea desafiante. Otros podrían pensar en ello cómo un modo de forzarse a ser mejores, a conseguir rozar la perfección, puesto que esta es imposible de alcanzar por completo. Yo, sin embargo, me encuentro aterrada.
Recostada en la silla de mi estudio, trago un sorbo de café y noto el sabor amargo pero a la vez delicioso de esta bebida. Y me doy cuenta de que ha pasado más de media hora desde que tomé esta posición. He perdido el tiempo enterrada en el pesimismo, y me gustaría decir que eso es algo que no suele ocurrir a menudo, pero estaría mintiendo. Siempre he sido así y por mucho que lo intente es algo que no se puede cambiar. He dedicado prácticamente mi vida a la escritura y necesito triunfar en esto, o sentiré que mi vida ha sido tirada por la borda. Con mi mediocre empleo en una cafetería de al lado de mi casa, el salario que consigo apenas me sirve para poder mantener un buen nivel de vida, y menos para mantener a mis dos hijas y pagar por su educación y todos los caprichos que exigen. Me río apenada. Soy un desastre, una decepción en este mundo. Divorciada, con un empleo que no se ajusta a la licenciatura que obtuve hace años y además ni siquiera sirvo para escribir, algo que he hecho durante toda mi vida. Desde luego, cuando me imaginé mi futuro nunca creí que me encontraría en esta situación, pero eso es lo malo de soñar, supongo. Nos imaginamos esa vida ideal que solo existe en los libros o en las series, y ni siquiera siempre, donde tenemos una vida sencilla y llena de lujos. Una vida completamente irreal que aspiramos a conseguir una vez entrados en la universidad, y sobretodo al acabar con la educación. Aquella vida donde solo trabajamos un par de horas al día, somos los mejores en lo que nos dedicamos y tenemos salarios increíblemente altos. Cómo decía, sueños. Irreales y prácticamente imposibles, puesto que la vida real es mucho más dura de lo que nos creemos, pero somos tan ilusos de creer que todo será perfecto. Y más en este sector. Los escritores que, no por hobby, dedicamos toda nuestra vida con el objetivo de llegar a ser los próximos J.K. Rowling o Cassandra Clare, y no nos damos cuenta de que la mayoría de los escritores no han conseguido ni siquiera satisfacer a un par de lectores y menos llegar a tener ese reconocimiento a nivel internacional, ni tan siquiera nacional.
Tomando un respiro, fijo la mirada nuevamente en la pantalla de mi ordenador. Observo como una de mis hijas me mira con curiosidad y sonríe ligeramente, y es en ese momento en el que dejo de tener todos esos pensamientos negativos. De momento. Recuerdo esos momentos con mis hijas, e incluso con su padre antes de que nos abandonara. Y me doy cuenta de que son momentos felices, felizmente imperfectos. Y es entonces cuando siento esa motivación de escribir, las ideas me vienen y decido que la vida realmente puede resultar muy dura pero también es lo más realista sobre lo que se puede escribir. Algo que toque la fibra sensible del público y haga reflexionar, pero a la vez sea ficción. Empiezo a teclear eufóricamente y por un momento me olvido de que esto me puede llevar o bien al borde del éxito o bien al del fracaso. O simplemente quedarme igual. Suspiro preocupada y rezo para que no sea lo segundo, porque no sé si lo podría soportar.
