El rey quiere tres cuentos, tres cuentos quiere el rey. Aquél que se los cuente, que cuente bien los tres. Que rece, que piense, que invoque brujas y dioses, princesas y dragones, que zurza oro, que beba magia y que cante canciones. Aquel que se los cuente, que cuente bien los tres.
El contramaestre escribió únicamente dos, y por su pereza lo ahorcó. Una dama de alta cuna, de la literatura enamorada, no alabó sus virtudes, ¿adivináis dónde quedó enterrada? Viejo y joven se prestaron a cumplir sus exigencias, mas solo alimentaron a las fieras que guardan esta fortaleza.
Yasón hablaba en tropel, advirtiéndome de todo cuanto él había sido testigo. Yo no podía estar más nervioso, ¿quién me mandó ser escritor de corte? Tras la audiencia con Castellón, monarca de aquellas tierras, y tras recibir su encargo, quedé en manos de su maestro de ceremonias. Él entregó para mi completa disposición un rocín, varias alforjas repletas de comida, una pluma de harpía (con la que debía escribir los tres cuentos) y un libro de cuero con el blasón del rey. Entonces lo seguí por lúgubres pasillos, una almenara a medio derruir, y tres salones donde se celebraban banquetes desde antes incluso de que un infeliz como yo llegara al mundo. Me detuvo finalmente ante una puerta de madera y volvió a recordarme.
—El rey quiere tres cuentos, tres cuentos quiere el rey.
—El rey tendrá tres cuentos, si no, con mi vida pagaré.
Suspira, aparta su mirada, y con dos manazas gruesas y callosas abre el portón. Antes de salir y perderme campo a través, le saludo con una inclinación a medias. Él me corresponde, y a mis espaldas vuelve a cerrar el castillo.
Como si el diablo se me llevará el alma, vendí cuanto había conseguido, viaje por bosques y caminos, atravesé el mar del fin del mundo, y dejé parte de mi oro en una modesta casa de madera en nación enemiga. Siendo tonto, que no idiota, y con una vela de una moneda y con la pluma de una harpía, escribí una carta a Yasón:
Si el rey quiere sus cuentos, aquí le espero con los tres.