«Pintura»

Quien haya entrado alguna vez en un museo, puede recordar esa sensación de dejar el presente atrás, de pasar entre dimensiones, de ser transportado sin querer a otro mundo.
Era el lugar donde todos mis sentidos me decían que debía estar. Me pasaba cada vez que entraba y eso que lo hacía a diario ya que trabajaba allí.
De pequeño ya tenía inclinación por las bellas artes y de mayor terminé siendo "curador". Era un trabajo ideal para mí. El olor de los lienzos viejos y los pigmentos nuevos nunca dejaba de emocionarme.
Mi vida era perfecta así como estaba. Horas enteras encerrado en el estudio frente a frente con las obras más preciadas de la humanidad, que otros sólo podían contemplar desde el otro lado del cristal.
El día que ella apareció en el museo fue el principio del fin para mí paz mental.
Algo torpe, sin mucho talento real pero llena de vida y entusiasmo. Tenía esa mirada extasiada que yo sólo había visto en otra persona, en mi mismo.
Al principio me molestaba que invadiera mi espacio, que reclamará mi tiempo, que me distrajera.
Gradualmente, fuí encontrando detalles que me hacían pensar en ella. El movimiento de su muñeca cuando sostenía el pincel, la expresión de sus ojos oscuros cuando se concentraba en una pincelada y su sonrisa. ¡Para qué negarlo! Estaba profundamente enamorado de esa sonrisa.
Por eso me costó tanto separarme de ella. Derramé toda la vida en lágrimas cuando hube de dejarla ir.
Y ya no volví al museo. Nunca más.
No puedo soportar la idea de volver a verla, allí, expuesta. Para que cualquiera que pague su entrada pueda contemplarla, ignorante, con apatía.