Llevo encerrado en mi casa mas de un mes, un confinamiento necesario para poder terminar mi nueva novela. La editorial me ha amenazado con rescindir mi contrato, sino le entrego el manuscrito en un plazo máximo de cuarenta días. Mi cabeza está a punto de estallar, escribo día y noche, solo me permito unas pocas horas para dormir y para reponer fuerzas. Pero hoy necesito salir a la calle, ver la luz del sol y comprar algo de comida, los pocos suministros que me trajo la casera hace dos semanas, se están agotando. Y es que ésta nueva novela me está constando mas de lo habitual; antes las palabras fluían sin ningún problema, pero ahora es distinto, es como si una oscura niebla se hubiera interpuesto en mi mente. Supongo que antes escribir me producía placer, pero desde que mi último libro se convirtió en un éxito de ventas, todo ha cambiado, ahora escribo obligado por un contrato. El listón quedó demasiado alto y ahora el temor a fracasar bloquea mi creatividad, mi imaginación.
Y ahora me pregunto, —¿Qué era lo que antes me impulsaba a escribir?
Pero no tengo la respuesta a aquella pregunta, me he sumergido tanto en las historias de mis novelas, en las vidas de mis personajes, que he olvidado porque eran creadas esas historias, esas vidas. Mi vida ha dejado de pertenecerme, ya no escribo para satisfacerme a mi mismo, lo hago para los cientos de seguidores que cada día me felicitan por mis obras y mi miedo a defraudarles me supera y atenaza mi mente. Recuerdo cada rostro de aquellos que se acercaron a mis firmas, a mis presentaciones, incluso la mayoría de sus nombres y sus palabras:
—Tengo ganas de tu nueva novela.
Creo que esa es demasiado presión para un escritor que escribe por placer, o al menos lo hacía. Tengo que salir de esta dinámica que está acabando conmigo y con mi creatividad, volver a mis orígenes, a aquellos momentos en los que decidí dedicarme a escribir, pero de aquello hace mucho tiempo, creo que tan sólo era un niño, en el colegio, cuando el resto de los niños salían al patio a jugar, yo me quedaba en el aula leyendo algún libro. Eso me valió la burla de mis compañeros, pero cuanto mas se reían de mí, más me encerraba en mi interior, un circulo vicioso del que nunca fui capaz de salir. Si, posiblemente volver a mis orígenes podría ser la solución.
Me dispuse a emprender un viaje, un largo viaje que me llevaría a Cantabria, la tierra que me vio nacer y crecer. Llegué a mi pueblo natal, encontré un panorama desolador, era un lugar paradisiaco, rodeado de verdes montañas, con una casi perenne neblina que inundaba sus calles. Pero ahora el lugar era un pueblo fantasma, desde que su último habitante muriera. Caminé por sus calles desiertas, era como si el tiempo se hubiera detenido, las ruinas de las casas evocaban un tiempo pasado que nunca volverá. Cuando llegué a la que fue mi casa, en la que mi madre me parió, en la que di mis primeros pasos y pronuncié mis primeras palabras, no pude evitar que unas lagrimas asomaran en mis ojos. Tan solo un par de gruesos muros, recordaban que allí viví mis primeros años de vida.
A pocos metros de mi casa, estaba la escuela, el lugar donde aprendí a leer y escribir y donde descubrí mis primeros libros. Pero también era un lugar de amargos recuerdos, donde se burlaban de mí, me insultaban y reprochaban que perdiera mi tiempo con aquellos libros en lugar de ocuparlo jugando al balón. Sorprendentemente era el único edificio que había logrado sobrevivir al paso del tiempo. Entré en la única aula del que constaba la escuela, allí todavía estaban los pupitres, sucios y desordenados, pero estaban allí. No me fue difícil reconocer el pupitre en el que siempre me sentaba y con dificultad me senté en él de nuevo, como hace tantos años. Mi cuerpo se llenó de sensaciones y recuerdos, de pronto volví a escuchar la voz del profesor, los gritos de mis compañeros y el trino de los pájaros que nos acompañaban en cada clase. Por curiosidad levanté la madera del pupitre y allí encontré ese libro, el primero que leí y que me dejó marcado para siempre, he leído muchos en mi vida, sin duda mejores o incluso peores. Pero aquel fue el primero, el primer libro es como el primer amor, nunca se olvida y te marca para siempre. Aquel libro me estaba esperando, no entiendo cómo. Seguramente cientos de niños se habrán sentado en aquel pupitre después de mí, pero el libro seguía allí.
Había encontrado lo que buscaba, mi razón para vivir, para escribir. Aquel libro me hizo comprender que no escribiera nunca para triunfar, porque lo mejor de un libro es escribirlo, lo demás no importaba.
Volví a mi casa con el libro entre mis manos, lo deposité en el cajón de mi escritorio, como un tesoro. Ahora cada vez que tengo dudas o me bloqueo, abro ese cajón cojo el libro entre mis manos y las palabras comienzan a fluir. Ahora vuelvo a escribir por placer.