«Podía verlo en tu mirada»

Podía verlo en tu mirada: la incertidumbre por el mañana y la pesadumbre del ayer.

A día de hoy, tengo 20 años. Cuatro años más de los que tú tenías cuando nos vimos por primera vez. Cuando cortaron el cordón que me unía a ti en carne y se formó uno aún más fuerte que nos unió de por vida. Según tus relatos, fue entonces cuando lo supiste. 
Mientras tu espíritu temblaba y brillaba con la luz de la juventud, supiste que no iba a ser fácil, pero tampoco imposible. Viste la valentía que necesitabas para salir adelante y salió de tus entrañas, porque siempre la tuviste dentro. Porque no estabas preparada para luchar, pero luchaste de todos modos. Quizá no era el momento, pero no había otra salida, así que el momento lo hiciste tuyo.  
Podía escucharlo en cada suspiro, cada sollozo, cada bostezo… tu admirable resiliencia. Podía sentir cuanto te esforzabas: las horas se agolpaban si no estudiando, dejándote la piel en tantos trabajos como días tenía la semana, leyéndome el cuento cada noche, aunque este en vez de tratar sobre hadas y dragones, fuera sobre el examen del día siguiente. Con el cuerpo cansado y el corazón alegre de estar a mi lado de nuevo, yo no podía sino mirarte con orgullo. 
Una niña pudo darme tantas y tantas lecciones para así, con el tiempo, convertirnos en las mujeres que somos ahora. Una niña que mucho había sufrido, sola y asustada, cogió el mundo por montera conmigo a las espaldas y lo hizo suyo. 
¿Qué puedes darle a quién te lo dio todo? Tengo una vida entera a tu lado para descubrirlo. La vida que construiste con tus propias manos y la que me ha brindado todo tipo de oportunidades, hoy la quiero aprovechar para dedicarte estas palabras que pueden resumirse en un “gracias por tanto y por todo, mamá”.