Soñé que estaba muerta. Me levanté llorando y con los ojos hinchados.
Me atropellaba una furgoneta, de camino a una editorial, con un manuscrito impreso en la mano.
Las hojas blancas impresas, volaban por el aire y caían como nieve. Yo también volaba, como las hojas, por el impacto, y caía en el asfalto..
Sentía cómo todos mis huesos estallaban, y después no sentía más nada. Hasta que de pronto, veía toda la escena como espectadora, fuera de mi cuerpo, tal cual Patrick Swayze en Ghost. Era yo, pero toda muerta. Muerta. Y sin publicar un puto libro.
Con ese pensamiento, me desperté.
Sigo viva, era un sueño, pero sigo sin publicar un puto libro.
No soy buena. Lo sé. Hay algo que falla en la manera que escribo. Escribo mucho, pero nada es tan bueno como me gustaría.
Una sola vez me animé a presentar una antología de cuentos a una editorial que llevaba la prima de un tipo con el que salía. Bueno, un desastre. No estaban a la altura ni siquiera de esa diminuta editorial de barrio.
“Te agradecemos muchísimo tu propuesta, pero no es lo que estamos buscando en este momento”
Ni en ese momento ni en ningún otro.
Tengo una buena cantidad de cuentos como para intentarlo de nuevo. Material me sobra. Pero lo que más tengo es pánico.
Comprobar una vez más, que estoy abocada a una tarea en la que no soy buena. Estar llegando a la editorial y que me atropelle una furgoneta.
Bueno, quizás mejor.
Quizás alguien pasa, ve mi cuerpo retorcido y desarticulado en la acera, recoge las hojas todas dispersas por el asfalto, se conmueve, y le parece una buena idea publicarlas.
Hacer una obra póstuma.
Eso sí funcionaría.
Eso siempre funciona.