—Deberías ventilar esto un poco Juan Marcos, apesta. —Sólo le llamaba así cuando estaba irritado, se giró despacio en su silla, lo último que nadie querría en todo el planeta seria enfadarle a Él.
—Discúlpame, he perdido de nuevo la noción del tiempo escribiendo. —Él le sonrió, amable y condescendiente, y pareció que el Sol iluminara de repente el oscuro y desordenado despacho, Juan no tuvo más remedio que devolverle la sonrisa, se quitó las gafas para observarle mejor mientras descorría las cortinas y abría las puertas del pequeño balcón.
Estaba cerrado, pregúntate como ha entrado entonces ¡pregúntatelo!
—Mucho mejor así —dijo mientras apoyaba sus manos en sus caderas en ese gesto suyo tan característico, miraba al exterior y respiraba profundamente hinchando su poderoso pecho.
Juan no podía apartar sus ojos de Él, pese a los meses que llevaban trabajando juntos no dejaba de maravillarse de su presencia.
Flotaba descalzo a unos pocos centímetros del suelo, envuelto en esa especie de tenue velo, campo de energía cósmica lo llamaba Él, que le rodeaba y deformaba levemente el espacio a su alrededor, resplandecía en su traje blanco e impoluto, ceñido de tal forma que resaltaba todos y cada uno de los músculos de un cuerpo que parecía esculpido por el mismísimo Miguel Ángel.
Su largo y ondulado cabello rubio caía en perfecta naturalidad sobre los anchos hombros enmarcando un rostro perfecto, mandíbula cuadrada y firme, una larga y recta nariz que envidiaría Alejandro Magno, labios carnosos y sensuales curvados en una sonrisa tan franca que hacía imposible dudar de su sinceridad y unos ojos azules claros tan penetrantes que cuanto te miraban, parecían leerte los pensamientos y ver dentro y a través de ti, bueno, eso último según Él, era literal.
—Estaba transcribiendo las notas de nuestra última entrevista, aunque necesitaría que me aclararas algunos puntos sobre tus orígenes.
—Estoy convencido de que ya te hablé lo suficiente de ello, quizás si grabaras nuestras conversaciones no tendría que repetirte nada —le contestó con mirada severa que traslucía cierta diversión.
Eso, ¿Por qué no le grabas, porque no usas el puto móvil para grabarle en vídeo ¡Pregúntatelo!
—Ya sabes que soy de la vieja escuela, papel y memoria —le respondió golpeándose la cabeza con el bolígrafo forzando un gesto despreocupado.
Él volvió a sonreírle, se podía matar o morir por recibir una sonrisa así —Sé que mi historia está en las mejores manos, por eso te elegí.
¡Te eligió!, ¡Por qué a ti precisamente!, un periodista de medio pelo, escritor frustrado, obsesionado con los superhéroes desde niño, al que mientras intenta escribir la historia definitiva al respecto, se le presenta en su casa el mayor y único héroe del mundo y le pide que sea su biógrafo, pregúntate por qué, ¡Pregúntatelo!
—¿Y que has estado haciendo estos días? —preguntó Juan que desconocía cuánto tiempo habían pasado exactamente desde su último encuentro. ¿Podría averiguarlo quizás contando los tickets de los repartidores de la comida cuyas cajas se amontonaban en un rincón?
—¿Acaso no ves las noticias? ¡Menudo periodista estas hecho! —Rió Él con una risa franca y contagiosa.
¡Si! ¿Por qué no las ves, por qué te deshiciste del televisor, por qué no tienes siquiera internet? ¡Pregúntatelo!
—Sabes que no quiero distracciones, quiero estar completamente centrado en mi obra, tu obra.
—Y me parece perfecto —asintió Él. —Todo el mundo puede ver lo que hago al momento en YouTube, lo que tú escribes es mucho más importante, es mi mensaje, mi regalo al mundo. No obstante, para aliviar tu curiosidad periodística te diré que estuve solucionando el problema talibán en Afganistán.
—¿Solucionando, y cómo…
—Matándolos a todos, —le interrumpió. —Concretamente a sus líderes, junto a todos los varones combatientes o colaboradores mayores de 14 años, luego erigí en Kabul un pináculo con sus cabezas, con 250.000 cráneos se levanta un monumento muy alto, y se manda un mensaje muy claro. —Su gesto era firme y determinado, pero sus ojos mostraban una tristeza y piedad infinitas.
—Era necesario, — continuó diciendo en tono grave —les he dado un dios al que temer más que al suyo propio y un aviso al resto de países del mundo que traten de someter a las mujeres y su pueblo con ridículas doctrinas medievales. Sabes lo preciada que es la vida para mí, el amor que siento por todos vosotros, pero en ocasiones la…cirugía es la única opción posible. Un gran poder, conlleva una gran responsabilidad.
—Y el poder absoluto… —se atrevió a decir Juan arrepintiéndose al instante.
—¡Corrompe absolutamente! conozco de sobra ese viejo adagio, pero no te quejaste cuando mandé todos los arsenales nucleares del planeta al Sol, u obligué a los líderes mundiales a acelerar la agenda del cambio climático. Ahora te atreves a juzgarme, tú, ¡precisamente tú!
¡Pues claro que sí! júzgale, cuestiónalo ¡Pregúntatelo!
—Sabes que no quiero convertirme en un tirano que os robe el libre albedrio Juan, aunque ahora deba serlo en ocasiones. Quiero ser quien os haga trascender vuestras miserias, vuestras limitaciones, no quiero ser vuestro dios, ¡quiero que todos vosotros seáis dioses!, ese es mi papel —continuó diciendo con dulzura mientras iba hacia Juan inclinándose para mirarle directamente a los ojos y acercaba sus poderosas y letales manos como queriendo tomar su cara entre ellas, un estremecimiento mezcla de terror atávico y deseo sexual recorrió su cuerpo.
Por qué no te toca nunca, por qué no le tocas nunca ¡Pregúntatelo!
—Eres mi apóstol amado, a través de ti mi palabra llegará a toda la humanidad, si tú, al que he dejado conocerme mejor que a nadie, no cree en mi mensaje ¿quién lo hará? debes creer en mi palabra, todos tenéis el poder en vuestro interior, sólo debéis creer en vosotros mismos, creer en mí ¿crees en mí Juan?
Juan asentía en silencio mientras le seguía hacia el balcón por donde Él había salido volando y flotaba sonriéndole a 5 pisos de altura, los brazos abiertos en cruz, esperando para abrazarle, por fin.
—Entonces, ven a mí.
Sin preguntas, Juan saltó.